¿Cómo puede ayudarme una terapia de grupo?

Hoy no pretendo explicaros qué es una terapia de grupo, en qué consiste o qué se hace, hoy nos dejamos las teorías y tecnicismos a un lado; en cambio, hoy vamos a adentrarnos en lo que se respira y se siente cuando se es partícipe de una terapia grupal. A través de las vivencias que ahí se cuecen, quiero acercaros un poco más esta actividad a muchos a los que yendo a terapia individual este formato os resulta desconocido, a los que quizás tengáis en mente empezar una terapia psicológica pero aún no os atrevéis a dar el paso o, simplemente, a los que el hecho de conocer os apasiona. ¿Qué es lo que significa la terapia de grupo para quienes la integramos?

A lo largo de mi experiencia en terapia de grupo he podido observar diferencias y similitudes entre las personas que los componen, la manera en que cada uno de los miembros aporta algo diferente a la unidad y cómo, gracias a esto, cada grupo tiene su propia personalidad, su propio carácter. Os podría contar qué cosas han aportado los grupos a mi experiencia profesional y personal, que son muchas y de las que me siento agradecida, pero en esta ocasión he preferido que sean ellos y ellas, los y las componentes que acuden semanalmente a las terapias de grupo en las que actualmente trabajo, los que den voz a este escrito que estáis leyendo ahora.

¿Qué aporta la terapia de grupo a vuestra vida?, ¿qué significa el grupo para cada uno de vosotros?, les pregunté, “es un lugar donde encontrar respuestas”, fue de las primeras respuestas que escuché; “donde además de poder conocer qué nos pasa, escuchando a otros, uno se da cuenta de que no es el único que experimenta esas sensaciones o que tiene esos pensamientos”. Las personas podemos llegar a sentir soledad e indefensión frente a las dificultades, en concreto, vivir con ansiedad es una cuestión que muchas veces se experimenta con vergüenza o culpa, como algo que no compartimos con el resto de personas de alrededor, haciéndonos diferentes; sin embargo todas y cada una de las personas de los grupos estaban de acuerdo en algo: compartiendo y escuchando lo compartido hace que sea “un lugar en el que te das cuenta de que no estás sola, y eso te da seguridad, “saber que hay personas viviendo lo mismo que tú, te hace sentir acompañada, arropada”.

Un sitio donde me entienden”, algo que resulta una sensación tan valiosa para cualquiera de nosotros… ¿no creéis?, y que ya sólo por eso, en este tipo de espacios uno se permite y le apetece compartir sus experiencias y cómo se siente frente a ellas. Os confesaré que tanto desde la posición de participante en un grupo, como la que actualmente ocupo, al otro lado, he podido comprobar de qué manera la tensión que habitualmente las personas contenemos por no expresar lo que sentimos va disminuyendo a medida que uno se va afianzando dentro de un grupo; es entonces cuando la apertura emocional se abre camino frente al bloqueo con el que muchos y muchas llegan de primeras.

Al expresar lo que sentimos sucede algo importante: “en la cabeza ocupa todo”, así que al hablarlo pasamos de nuestro discurso individual y privado (que suele ser algo ya aprendido y siempre el mismo), a algo que escuchan los demás y, sobretodo, uno mismo.Al decirlo en voz alta te das cuenta de la importancia del lenguaje, aunque al principio no encontrase la diferencia de matices”, porque no es lo mismo decirnos “no puedo” que “me da miedo”, con la primera idea nos sentimos incapaces, con la segunda llegamos a sentir que “tú eliges no exponerte al miedo, y eso resta importancia al hacerlo”, al fin y al cabo es un proceso de aprendizaje en el que aceptar que es una elección lícita de cada uno y que, como todas, conllevará sus consecuencias.

Además, “sirve para sacar otros temas que aparentemente no tienen que ver con el miedo, pero que te das cuenta que están mediando en él”.

Así que expresándonos en terapia de grupo podemos darnos cuenta de qué lenguaje usamos con nosotros mismos y, además, el discurso compartido nos “enriquece porque hace que recompongamos y asentemos ideas de diferente forma, muchas veces también gracias a las opiniones de los compañeros, sobre todo los más adelantados”, que son de gran ayuda para identificar las trampas que la mente nos suele poner y de las que en solitario es muy complicado darse cuenta.

Se da la posibilidad de hablar libremente, sin tener la sensación de tener que justificarse”, y es que una cuestión esencial que define una buena dinámica grupal y que facilita, como decíamos antes, esa expresión de emociones, sentirse comprendido/a y ayudado/a por los demás, es la ausencia de juicios en este tipo de espacios. No se presuponen diferentes estatus entre compañeros, y eso puede hacer que se sienta la carga más ligera y se perciba la dificultad con mayor honestidad.

El no juzgar a los otros sobre lo que piensan, sienten o hacen, facilita a hacer un proceso parecido con uno mismo, “expresamos miedos que fuera del grupo solemos coartar” y nos acerca a una maduración y entendimiento más realista del problema. Y es que por mucho que uno quiera a su familia o amigos siempre está jugando un rol establecido por uno mismo en interacción con los demás, un rol que a veces es difícil identificar y otras muchas nos es difícil cambiar; sin embargo, los que forma parte de un grupo sienten que allí no tienen por qué hacer el mismo papel: “aquí se pueden contar las cosas desde una postura más natural”, no hay que esconderse o justificarse frente a voces que pueden opinar sin conocer, aquí no hace falta.

Poner nuestro granito de arena e intentar ayudar a los otros compañeros”, así como verlo y compartirlo con mayor naturalidad hace que, frente a este difícil proceso, las personas se sientan a gusto y lo vivan con menos esfuerzo. “Resulta reconfortante saber que están ahí cuando hago exposiciones y, al escribirles para contárselo, saber que me están comprendiendo”. Es altamente conocida la frase “la unión hace la fuerza” y en estos grupos es eso mismo lo que se respira: la comprensión sin juicio y el compartir experiencias parecidas hace que “nos motivemos unos a otros y, si uno se minusvalora, el grupo ayuda a no restarnos importancia; los demás nos devuelven el reconocimiento de logros que en ocasiones uno mismo no se da”.

Por último (pero no menos importante) está el humor, un potente recurso que suele desarrollarse entre compañeros que comparten y otra cuestión clave para naturalizar el miedo y desdramatizarlo en los grupos, para darnos cuenta juntos de que “no era tan importante”; “para recolocarnos desde otro lugar y aprender a sobrellevarlo de otra forma”.

Porque a veces no hay nada más valioso que la experiencia y el aprendizaje que sacamos de ella. Sólo quiero deciros dos cosas más: enhorabuena desde aquí a todos los que habéis dado el paso de hacer este complejo viaje, por expresar lo que a veces resulta tan difícil, a los que deseáis re-aprender, y a los que os esforzáis por cuidaros a vosotros mismos y al resto de compañeros. Y gracias, gracias por vuestras palabras que compartiremos otras muchas personas en este post, y por vuestro compromiso que hace que esto no sean unas cuantas personas reunidas en la misma habitación, sino un grupo que camina junto. Por eso en Amadag, estamos enamorados de la terapia de grupo.

 

 

¡NUESTRO NUEVO LIBRO YA A LA VENTA!