¿Por qué razón nos inquietan más unos órganos que otros? Probablemente porque los sentimos de manera más inmediata, lo que nos proporciona una retroalimentación constante de su funcionamiento. Es en ese momento cuando se dispara nuestra necesidad de control, solo para darnos cuenta de que, a pesar de oír ese reloj interno que late en nuestro pecho, no tenemos ningún poder real para manejar su compleja maquinaria. Esto nos deja en la frustrante posición de ser simples observadores, casi sin capacidad para intervenir.

Al experimentar los primeros síntomas de una crisis de ansiedad, es natural que surjan preguntas como: ¿me puede dar un infarto por ansiedad? ¿es esto una señal de un problema cardíaco real? ¿puede la ansiedad prolongada dañar mi corazón? Estas preocupaciones se intensifican cuando, después de una crisis, muchas personas acuden a urgencias pensando que están sufriendo un infarto, cuando en realidad están enfrentando los efectos físicos de la ansiedad.

El corazón es un órgano con el que mantenemos una relación estrecha, no solo física sino emocional. A lo largo de la historia, ha sido vinculado a nuestras emociones y nuestras conexiones con los demás. Desde ser cordial con alguien, hasta sentir que se nos parte el corazón, las metáforas y expresiones que utilizamos reflejan esa profunda unión entre el corazón y nuestros sentimientos. Incluso palabras como “recordar” o “concordar” tienen su raíz en la misma idea de “corazón”.

Recientes investigaciones han revelado que el corazón juega un papel mucho más activo de lo que pensábamos, incluso en la toma de decisiones. En un estudio realizado en Cambridge, se pidió a los participantes que tomaran decisiones mientras intentaban percibir su propio ritmo cardíaco tocando sus rodillas. Los que lograban sintonizar mejor con su propio corazón tendían a tomar decisiones más favorables. Esto sugiere que, antes de que nuestra mente sea consciente de una elección, el corazón ya está enviando señales sobre cuál es la mejor opción.

El concepto del marcador somático, propuesto por Antonio Damásio, refuerza esta idea: nuestras decisiones no son puramente racionales, sino que están profundamente influenciadas por las sensaciones físicas, como el ritmo cardíaco, la tensión en el estómago o la presión en el pecho. Estas señales corporales nos ayudan a tomar decisiones, como si, en cierto modo, también eligiéramos con el corazón o con las “tripas”.

Otra investigación interesante, esta vez de la Universidad de Toronto, encontró que el ritmo cardíaco acelerado está relacionado con una mayor inclinación hacia la justicia y la solidaridad. Un corazón que late rápido nos empuja a actuar de manera más honesta, posiblemente porque el cuerpo percibe la aceleración como un signo de angustia, lo que lleva al cerebro a buscar soluciones que mejoren nuestro bienestar emocional.

Las personas con ansiedad a menudo experimentan taquicardias, una aceleración del ritmo cardíaco que suele ser interpretada como un síntoma alarmante, aunque no siempre lo es. Una taquicardia puede ser desencadenada por muchas causas, desde el ejercicio físico hasta la ingesta de estimulantes, pero en contextos de ansiedad, es simplemente el cuerpo preparándose para una amenaza, real o imaginaria. Esta respuesta es parte de un mecanismo de supervivencia que bombea más sangre a las extremidades para estar listo para huir o luchar. En la ansiedad, sin embargo, este mecanismo puede ser malinterpretado como un indicio de un problema grave.

Distinguir una taquicardia causada por ansiedad de una cardiopatía es crucial. El dolor en el pecho por ansiedad suele ser punzante, a diferencia de la opresión característica de un infarto. Además, los síntomas de la ansiedad suelen durar unos 10-15 minutos, mientras que en un infarto los dolores tienden a ser más persistentes y pueden repetirse.

Un fenómeno relacionado son las extrasístoles, que son latidos cardíacos prematuros. Aunque muchas personas experimentan extrasístoles a lo largo de su vida, la mayoría no las percibe o no les dan importancia. No obstante, en personas con ansiedad, estas irregularidades suelen ser motivo de preocupación, aunque generalmente no tienen consecuencias graves.

Después de muchas experiencias similares, parece claro que nuestra relación con el corazón refleja, en muchos casos, nuestra relación con el miedo y la incertidumbre. El corazón nos recuerda constantemente que no tenemos el control absoluto sobre nuestra vida, y esto puede generar ansiedad. La clave está en aprender a confiar en nuestro cuerpo, en aceptar que no siempre tenemos respuestas claras, pero que, en la mayoría de los casos, todo sigue funcionando bien, incluso cuando nuestra mente nos dice lo contrario.

Ante estos síntomas, es esencial primero descartar cualquier causa médica. Pero una vez que sepamos que nuestro corazón está sano, debemos cambiar nuestro enfoque. Intentar controlar obsesivamente el ritmo cardíaco solo lo hará más reactivo. En su lugar, redirigir la atención y evitar la obsesión por los síntomas puede ayudar a romper el ciclo de ansiedad.

En resumen, es importante recordar que sentir un corazón agitado no siempre significa que algo está mal. Más bien, es un reflejo de que estamos vivos, y las variaciones en los latidos, lejos de ser peligrosas, son simplemente señales de nuestras emociones en acción. Lo que debemos hacer es aprender a escuchar esas señales sin interpretarlas siempre como amenazas, y abrirnos a la idea de que el corazón puede responder no solo al miedo, sino también al amor, la tristeza o la sorpresa.

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