Felices fiestas a todos, o como dice mi compañera Viki, amables fiestas. Que desde que se lo oí, lo incluí en mi repertorio verbal navideño, porque nunca me ha gustado esto de imponer felicidad. Hoy quiero hablaros de cómo pasar las Navidades con un problema de ansiedad.
Quería yo este año, hablaros de lo difícil que son estas fechas para muchas personas, pero es que todos los años hablo de lo mismo, así que dejé que mi imaginación volara a todas aquellas historias de vida que escucho a lo largo de mi semana e inventé este relato, que no es una historia real y sin embargo tiene más certeza de lo que podéis imaginar y que tampoco es la historia de vida de nadie en particular pero que si es la historia de muchos en general. A todos ellos, gracias por inspirarme.
Navidades y ansiedad
Decía Frank, que es piloto de aviones, que hay gente que vuela en fechas señaladas para escabullirse, que esto de la familia a veces sale más caro que un vuelo transoceánico. Cuantos vuelos habrían cogido muchos si uno pudiese irse lejos de sí mismo un ratito, cogerse unas vacaciones de la propia voz, que maravilla. Meri dice que la gusta cogerse gripes y que la suba la fiebre porque se encuentra tan mal que se pasa unos días sin pensar en nada más, que son como unas vacaciones de uno mismo, que es que a veces está uno insoportable.
La mesa estaba lista, cinco sillas alrededor de una mesa bonita. Uno siempre tiene un familiar que se curra el escenario, que no es poca cosa, como me contaba Pedro, que decía que le daban menos ataques de pánico en sitios bonitos y que los más feítos le disparaban el miedo. Eso es querer sufrir con clase, que me parece una cosa maravillosa de escuchar.
Trastorno obsesivo compulsivo
Teresa se había pasado todo el día cocinando y decorando la casa. “¿Y si no les gusta? ” “Pues que no les guste, coño”. La segunda voz era la de su psicóloga online, que ella estaba intentando hacerla propia. Creo que desde que va al psicólogo tiene un muñeco en la cabeza que es la voz de su terapeuta. Yo me lo imagino como el muñeco de José Luis Moreno, como Macario, más concretamente. “Esto de ir al psicólogo tiene su gracia¨ se dice, porque la voz de otro vive en ti, que es una cosa muy bonita o al menos suena bien, no me lo vas a negar. Un día la vio en persona, a su psicóloga digo, y creo que casi le da un ¨patatús¨, decía que era como ver a un famoso y yo me moría de risa. Ahí estaba ella, echándose la culpa hasta de la lluvia que había tras las ventanas, preguntándose sin parar porque ha decidido poner ella la casa “que siempre se mete en unos embolaos “. “¿Les gustará? ! “¿Y si no quieren volver? “ El estrés se dispara. –Pestañeo- “¡No!” “¡Ahora no!” “No voy a poder parar de observarme”. Pestañear cada vez se vuelve una tarea más artificial. Se sienta, se frota los ojos. “Debería dejarme observar y simplemente seguir, o peor aún, debería quedarme mirando la sensación de pestañear hasta que este malestar pase“. “No puedo, no es el momento”. “Lo siento querida hoy tengo que desobedecerte”. Vuelve a hablar con su muñeco interno, que es pelirrojo y habla suavecito.
Los demás siguen en casa, poniéndose sus mejores galas.
Hipocondría
“¡Date prisa hazme el favor!” Dice Carmen con la sonrisa tensa como el acero. “Estos momentos previos me ponen mala”. “¡Vamos a llegar tarde!”
Odia esperar, porque detesta quedarse sola con ella, vive en una hiperactividad continuada, que ha encontrado como armamento para quedarse a solas con su cabeza el menos tiempo posible. Lunares raros, bultos en el pecho, o infartos cerebrovasculares vienen en forma de foto a su mente.
– ¡Venga Jesuuuús! Por Dios, no se puede tardar tanto …
Se recoloca el collar que le regaló su madre, que este año y los cinco anteriores no se sienta en la mesa con ella y la echa profundamente de menos.
–¡He tocado algo! Dios mío … en el cuello, tiene forma de bulto. ¡Jesús ven a mirarme!
Jesús toca, con desgana, con cara de cansancio… “No es nada, esto es un ganglio”.
–Pero ¿cómo lo sabes, acaso eres tú médico?
–Pues no, y entonces ¿para qué me preguntas?
Se levantan y salen desafiándose con la mirada hacia el ascensor
Agorafobia
– No puedo Mario, no puedo.
Ya está vestida, sentada en el sofá, pero la aterra lo que viene. Se fía de sus presagios. Demasiado. Las lágrimas empiezan a caer por su cara. “No, no, no … el maquillaje, que me lo he currado un montón“, se dice.
– Es que te juro que no puedo, me va a dar allí, lo sé. Son 10 minutos en coche y dos pisos que subir, me va a dar y no voy a poder con ello.
– Lara lo que quieras, de verdad, pero tienes que decidirlo ya.
El tiempo corre y ella pareciera asustarse más con cada minuto del reloj …
Ansiedad social
– Patri, si te miro fijamente cuando cenamos es para que me quites la palabra tú ¿vale?
– Que siiiii. Si sabes que siempre lo hago.
– Y saca tus temas, por favor.
– Traaanquilo.
– ¿Y si me da ansiedad ahí?
– Pues ya te lo ha dicho la psicóloga Luis. Date espacios, salte un rato si lo necesitas, vas al baño o vete al pasillo y haces como si hablas por teléfono.
– Joder es que siempre estoy dando el cante ¿Por qué siempre estoy así? ¿No puedo ser normal como el resto?
Respira profundo antes de atravesar la puerta y no se santigua de milagro.
La cena
Suena el timbre en casa de Tere. “Por Dios, disfruta un día, si te observas pestañear pues ya está, se acabará pasando“. Venga ¡a por ello! La sonrisa fingida sale al escenario y la puerta se abre.
Carmen, Luis y sus respectivos van llegando.
– ¡Pero que mesa más bonita! Dice la mujer de Luis, que está entrenadisima en romper el hielo que tanto le cuesta trocear a su marido.
Pestañeo, pestañeo, pestañeo … Dios mío, sabía que esto iba a pasar… “Se acabó” resuena en su cabeza.
Luis mira a su mujer con esos ojos de “estoy en apuros” que parece sólo entender ella. Entonces ella comienza a hablar, lo abarca todo, como una ola inmensa, pareciera que llevara preparándose media vida este momento. Él se esconde detrás de ella, la mira la sonríe y piensa: “¿y cuando se calle qué digo yo?” “Ya verás cómo me miren todos y rompa a sudar … y luego llega la maldita oleada de ansiedad y creo que me va a dar algo aquí en medio”. “Venga calla, sonríe, no va a pasar nada”.
Se sientan en la mesa “Oye, ¿y Lara? “, pregunta Tere. “Estará al llegar” dice Carmen. “Voy a llamarla” dice Luis. Aprovecha y se sale al pasillo, que es como “casa” en este campo de batalla para él.
Y una llamada, y otra y otra …
–Pero qué raro ¿habrá pasado algo?
–No puedo ir, lo siento mucho, ya os contaré– Llega un mensaje al grupo del WhatsApp.
Se miran con preocupación. Pero bueno esta Lara ¿que habrá pasado?
En la casa en casa de Tere comienza el festín. “Chicos qué mayores nos hacemos, a ver si aprovechamos un poco más la vida que cualquier día se nos acaba el chiringuito”- pestañeo-.
Carmen se levanta. “Voy al baño un momentito“. La muerte… Las fotos se disparan, el ganglio…
Se sienta en váter, respira, abre el WhatsApp de su terapeuta, la ve en foto, su cara la conecta con una idea “todo esto que pasa en tu cabeza no es verdad“. Las lágrimas se caen. “Respira Lara, respira, está todo bien”, se dice. No se lleva la mano al cuello para hundir los dedos entre los ganglios, pero por ganas no son. Pero es que ahora su compromiso más grande con la vida, su vida, es ese. “No tienes nada, n o t i e n e s n a d a“.
Sale del baño. “¿Y Luis?” pregunta.
– En el pasillo, sigue llamando a Carmen, que está preocupado.
Pues no te digo yo que no, pero Luis sigue saliendo al pasillo a “tomar el fresco”.
– ¿Tienes los ojos cansados Tere? Pregunta el marido de Carmen.
– Que va, que me pican de cocinar.
Carmen se frota los ojos, como si después de aplastarlos sus pensamientos fueran a desaparecer.
Llega el postre. ¡Milhojas de nata! “Qué maravilla Carmen, muchas gracias“.
P de postre y de paz y que es lo que a uno le entra a veces cuando sabe que está llegando el final del evento. El ambiente va destensándose, Luis ha hecho alguna broma, Tere lleva 10 minutos sin acordarse de sus ojos, y a Carmen, cuando la vida le gusta más, la muerte parece importarle menos.
Suena el timbre.
– ¿Lara? ¡Pero bueno! Has venido.
– ¡He venido chicos! Tarde, pero lo he conseguido. No me lo puedo creer. Tenía mucho miedo ¿sabéis? Desde hace años tengo ataques de pánico y un poco de agorafobia y mira no me he atrevido nunca a decíroslo, pero es que me costaba mucho contároslo, pero es que ahora, ahora estoy contenta, lo he conseguido.
Mario, su chico, la mira orgulloso, porque es de los pocos que sabe que estar ahí se parece a ir a la luna.
Lara por unos momentos pareció habérselo llevado todo, toda la angustia quiero decir. La miraron y con su confesión todos en su silencio parecieron haberse quitado lastres. Y es que no sé si las gambas compartidas sabrán mejor, supongo que depende de con quien lo compartas, pero una gamba uno solo, pues que ni tan mal. El dolor, sin embargo, aprieta en soledad, como esos pantalones que a todos nos gustaría desabrocharnos en las mesas de Navidad, pero que mantenemos cerrados por eso de guardar las composturas. ¡Ay las composturas!, cuánto daño nos hicieron.
Ojalá este 2023 nos compartamos más. Nos lo merecemos.
Hablar, escuchar, dejar que el otro se cuele en nuestro interior, que nosotros les habitemos también con nuestros relatos. Ese es el arma que tenemos contra la muerte, el olvido y la soledad. Porque si hay algo que nos une, es lo solos que estamos en nuestras cabezas.
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