Bienvenidos a la desescalada del coronavirus. El gran momento que tanto ansiábamos por fin ha llegado. Todos nosotros, en mayor o menor avance, estamos comenzando a disfrutar de las primeras medidas de levantamiento progresivo de las restricciones impuestas en el Estado de Alarma y, aunque ahora más que nunca debemos seguir manteniendo la responsabilidad individual y social y no bajar la guardia, en principio empezamos a disfrutar de la tan ansiada libertad y de los primeros reencuentros felices con los nuestros.

Ahora bien, ¿qué ocurre si esta etapa, a priori de mejoría, me supone una fuente inagotable de problemas? ¿Uno tras otro? Es el momento de empezar a afrontar los problemas económicos, laborales, familiares… que anticipábamos en la cuarentena que ocurrirían y esto, a más de uno de nosotros, nos puede traer importantes quebraderos de cabeza. Pues bien, en la entrada de blog de esta semana os presentamos una técnica muy útil para esos momentos en los que pensamos que se nos viene todo encima, que se nos junta todo, se nos “hace bola” y nos desbordamos. Os presentamos la técnica de solución de problemas.

¿Qué es la técnica de solución de problemas?

La técnica de solución de problemas (TSP) no es una terapia en sí, sino una técnica concreta enmarcada dentro de la terapia cognitivo-conductual propuesta por D’Zurilla y Goldfried en 1971, una estrategia de afrontamiento general que se basa, como su propio nombre indica, en incrementar la habilidad de un individuo a la hora de identificar y resolver los problemas presentes y futuros que puedan surgir en su día a día, ofreciendo opciones y estrategias de toma de decisiones y soluciones u opciones de afrontamiento más eficientes.

¿Cómo se estructura esta técnica?

La técnica de solución de problemas consta de 5 fases:

1. Orientación al problema

Aunque parezca algo obvio, resulta esencial como primer paso darnos cuenta de que realmente existe y reconocer que estamos ante un problema, así como adoptar una actitud adecuada de disposición ante el mismo, esto es, una actitud positiva, creyendo que el problema es solucionable y que uno/a mismo/a es capaz de encontrarle esa solución (frente a adoptar una actitud negativa, enfrascándonos una y otra vez en que no debería existir ese problema, negando que exista o creyendo de forma pesimista que no tiene ni nunca tendrá solución).

2. Definición y formulación del problema

Esta fase es una de las más importantes dentro del proceso de solución de problemas, puesto que si se define bien el problema, resultará mucho más sencillo encontrar una solución. Debemos definir y operativizar de la forma más detallada posible el problema en sí (qué, quién, dónde, cuándo, cómo y el porqué del problema), recogiendo la mayor cantidad de información posible sobre el mismo, centrándonos en los hechos objetivos, y en qué medida nos afecta.

3. Generación de alternativas de solución

Partiendo de la base de que los problemas se pueden resolver de diferentes formas, es importante generar todas las ideas o soluciones posibles, todas las posibles alternativas, en un proceso de lluvia de ideas o brainstorming, cuya principal característica es la creatividad, sin ningún tipo de filtro o juicio: todo vale (ésta es la máxima). En este punto, cuantas más, mejor, incluso aunque sean soluciones “disparatadas” o imposibles de realizar (ya que de ellas, aunque las descartemos después, pueden surgir otras ideas más factibles, por sí solas o como complemento de otras).

4. Toma de decisiones

Esta fase es la más conocida, y a la que cualquiera de nosotros tendemos a ir directamente, obviando los pasos previos (uno de los errores más comunes). Consiste en analizar, evaluar y valorar todas las alternativas de solución objetivas posibles al problema de la fase anterior y elegir o escoger la más adecuada, esto es, la que obtiene mayores beneficios y menores costes (a nivel cuantitativo, puntuándolos de 0 a 10, y no según el número total de beneficios o costes), en términos de si son factibles o no, en función del tiempo y esfuerzo que requieren y las consecuencias que genera, incluyendo el valor emocional que implican. Aunque parezca mentira, resulta esencial hacerlo por escrito, en una pequeña tabla, más que mentalmente, puesto que ver los pros y contras en papel, por escrito, nos ayuda a clarificar muchísimo. Haz la prueba, verás la diferencia.

5. Ejecución o puesta en práctica de la solución y su verificación

Este último paso es el más práctico (los anteriores son todos mentales o cognitivos) y, como su propia palabra indica, consiste en poner en práctica, en la vida real, la mejor solución o alternativa escogida y evaluar el resultado que produce a la hora de solucionar o no el problema. Si no ha conseguido solucionar el problema, se vuelve a las etapas anteriores y se pone en práctica la segunda solución, y así sucesivamente, hasta encontrar la solución al mismo, o bien se busca una retroalimentación por si ha habido algún error en las fases anteriores. Si no es posible solucionarlo, en último extremo, tendremos que orientarnos a modificar no ya la situación, sino el impacto emocional que nos genera, aceptándolo (pero esto siempre en última opción, cuando se agoten todas las soluciones previas posibles).

Es importante realizar esta técnica sólo con un problema a la vez y, una vez resuelto, hacer lo mismo con el siguiente problema que tengamos, en función de criterios de urgencia o importancia de los mismos. Aunque creamos que es muy difícil, aunque lo veamos todo negro, de verdad, todo problema, por definición, tiene solución.

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