La alegría es una emoción para compartir.

Alegría… ese estado tan buscado y tan esquivo en muchas ocasiones. ¿Por qué a veces gastamos gran cantidad de energía en encontrarla y parece que se esconde? Quizás lo primero y más importante es empezar a plantearnos ¿qué es la alegría?, ¿sentirnos felices es algo que podamos controlar?, ¿requiere esfuerzo?, con las claves adecuadas ¿podría llegar a sentirme alegre constantemente?

Radiografía a la alegría

La alegría es una emoción, una de las seis emociones básicas descritas por el psicólogo estadounidense Paul Ekman. La palabra “Emoción” proviene del latín Emovere = molestar, mover. Mueven el cerebro o el alma. Así que una emoción, cualquiera, se refiere a la agitación innata que experimentamos producida por ideas, recuerdos, sentimientos o pasiones. La vida y las circunstancias por las que pasamos impactan en nosotros, y son las emociones las que, al escucharlas, nos dan muchas de las claves de cómo reaccionamos y gestionamos lo que nos pasa.

Una de las características particulares que tienen las emociones es que todas ellas tienen alguna función que les confiere utilidad, independientemente de que nos guste o no experimentarlas. De hecho, todas ellas cumplen tres funciones: digamos que son el timón que nos guía hacia la adaptación, la comunicación y la motivación. Plutchik en 1980 decía que el lenguaje funcional de la alegría es la reproducción. Desde lo más innato, la alegría es una emoción que nos muestra qué nos gusta, qué nos es grato y deseable; favorece los vínculos sociales y relaciones interpersonales; y nos ayuda a cargarnos de energía para emprender movimiento.

Otra característica de nuestras sacudidas emocionales es que ninguna de ellas es estática, sino que manifiestan durante un tiempo determinado (nos guste o no). Así que por mucho que lo deseemos y nos esforcemos, la alegría será un estado emocional que llamará a nuestra puerta a veces (siempre nos parecerá mejor que llame muchas veces que pocas, pero aceptémoslo, no podemos estar constantemente felices); de hecho, si algo por lo que sentimos alegría permanece constante y prolongadamente en el tiempo, terminamos habituándonos a ello.

Todas las emociones se presentan en diferente intensidad según el momento, estado emocional previo o la evaluación subjetiva que hacemos de aquello que las estimula. Así que la alegría no va a ser menos, ya que engloba un amplio rango que va desde la satisfacción a la euforia. Aprendamos también a escuchar su intensidad.

Como las otras, la alegría produce cambios en el interior del cuerpo, fisiológicamente aumenta nuestra actividad cerebral concretamente en el hipotálamo, septum y núcleo amigdalino, además aumenta nuestra frecuencia cardíaca (aunque en menor medida que otras emociones como la ira o el miedo), incrementa la frecuencia respiratoria y el calor corporal. Pero también se manifiesta hacia el exterior a través del lenguaje no verbal, expresándola a través de la risa o la sonrisa.

La mitad de la alegría reside en hablar de ella

Darío Páez y Anabel Vergara en 1992 a través de la Universidad del País Vasco realizaron un estudio con el objetivo de tipificar los atributos de diversas emociones básicas entre las que se encontraba la alegría. Entre sus hallazgos encontraron que en general, y salvando el peso que puedan tener nuestras vivencias particulares con los demás en nuestra historia de vida, la alegría está asociada a buenas relaciones con amigos, a éxitos en tareas de logro y a placeres físicos.

Sabemos por experiencia que logrando alcanzar los objetivos que nos proponemos experimentamos alegría, ¿quién no ha sentido alegría por aprobar un examen o conseguir un puesto de trabajo?, ahora bien, no vale cualquier meta propuesta, la alegría pone sus condiciones: a la hora de fijarnos objetivos aparecerá siempre y cuando tengamos en cuenta nuestras circunstancias en la actualidad y sean coherentes nuestras expectativas. Es importante que hagamos un repaso de los objetivos que deseamos lograr, porque si nos ponemos metas muy exigentes y con requisitos poco realistas y coherentes con nosotros mismos es posible que ese éxito que tanto deseamos parezca que se nos escapa. Cuando esto sucede estamos sembrando frustración, una emoción que nada tiene que ver con la alegría. Así que para esta toma de decisiones será importante a veces dejar las comparativas con los demás y centrarse en lo que uno/a mismo/a puede ir avanzando es su propio proceso, valorando los pequeños pasos (aunque a veces nos cueste verlo, los damos) que nos acercan cada vez más a un objetivo mayor.

¿Qué decir de los placeres físicos?, centrarnos en lo que nos entra por los sentidos y nos agrada, por muy breve que sea, siempre será una apuesta por valorar sensaciones interesantes. Son situaciones que vivimos y que entre todo el batiburrillo de muchas otras que nos generan otro tipo de emociones, las que nos gustan también están ahí. Un tacto agradable, un sonido que me transporta con él, un sabor que disfruto, un bello paisaje, una caricia que me reconforta…

Cuando estamos alegres a nivel interno la sentimos como un generador de actitud positiva, favorece procesos cognitivos y de aprendizaje; genera sensaciones de vigorosidad, competencia, trascendencia y libertad, y nos proporciona sensación de autoestima y autoconfianza. Pero no nos engañemos, todo ello perdería gran parte de su sentido si no podemos hacer partícipes a los demás de estas sensaciones nacidas desde nuestro interior. El gran motor de la alegría es poder compartirla, es su esencia.

Esta emoción nos empuja a hablar más y buscar el contacto con la gente. Al compartirla se incrementa la curiosidad, la flexibilidad mental y la capacidad para disfrutar de diferentes aspectos de la vida; si le enseño al otro lo que disfruto yo, puede que para él o ella sea un descubrimiento placentero, algo nuevo.

El hecho de ir observando qué nos hace sentir alegría genera actitudes positivas hacia uno mismo y hacia los demás, es un potente generador de empatía que, a su vez, favorece la aparición de comportamientos altruistas. Expresarla y hacer partícipes a los otros de lo que nos hace felices, compartir, en definitiva, nos ayuda a establecer nexos y favorece nuestras relaciones, y con ello nuestro sentido de comunidad y pertenencia. Porque la risa a veces se contagia, porque reírnos en grupo se disfruta más que sólo, porque hacer cosas que nos gustan y hacerlo en compañía nos conecta entre nosotros; porque la alegría se retroalimenta cuando la compartimos.

 

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