A la mitad del camino de nuestra vida, me encontré en una selva oscura, porque había perdido la buena senda. Infierno Canto I, versos 1-3. Dante Alighieri ( La Divina Comedia).

En este artículo debatiremos sobre algunas de los esquemas previos que los pacientes traen a los inicios de la terapia en los trastornos de ansiedad. Es posible que la discusión de dichas ideas previas pueda ayudarnos a entender mejor el viaje que estamos dispuestos a emprender y a estar mejor preparados.

A menudo las personas pueden guardar una idea equivocada de lo que es un proceso de terapia en los trastornos de ansiedad. Es frecuente la tendencia a pensar que la visita al psicólogo es similar a la visita del mecánico, que “te arregla” y te pone la pieza que falta, y eso supone una fuente de confusión en algunos momentos del proceso.

Lo primero que deberíamos aclarar es que no se trata de que te falté una pieza. Los seres humanos no estamos compuestos sólo de piezas sino que es fundamental la relación que esas piezas guardan entre sí. No se trata tan sólo de superar un síntoma mediante una receta magistral, o siguiendo una serie de pasos (tampoco se trata de ignorarlo). Y además ese síntoma no puede desligarse del individuo, ya que el es responsable de esa sintomatología que genera. Estemos atentos que no quiero decir culpable, pero tampoco es una víctima del mismo. Muy a menudo triangulamos con el paciente entre estas tres posiciones. Cuando soy una “víctima” soy alguien que está a merced de la angustia y mi única salida es evitar que esta se fije en mi para amargarme la existencia, me convierto así, en una suerte de fugitivo. Cuando soy “culpable” entonces me convierto en alguien a quién no le debería estar pasando lo que le pasa, y eso me convierte en un error.
Contaban la leyenda de aquel santo tan poderoso que era capaz de ordenarle al sol que se mantuviese quieto mientras el caminaba, esto era así porque le aterrorizaban la noche y la oscuridad. Cuando en una ocasión fue a visitar al abad de un monasterio le comentaron a dicho abad el enorme poder que poseía este santo, a lo que el comento: “¿y no sería más fácil que perdiese el miedo a la oscuridad?”.

La persona genera el síntoma ya que es la mejor respuesta que tiene ante un conflicto, o por lo menos es la forma que conoce en la que supone que saldrá lo mejor parada posible, sobre todo porque aún no es capaz de creer que podrá contener lo que se desate si entra en contacto con aquello que teme. Sin embargo la persona tiene que cambiar su vida entera y condicionarla totalmente para no enfrentarse a su angustia, y eso supone pagar un altísimo precio.

Recuerdo una consulta que tuve en San Bernardo en la que tenía dos balcones. Todos los días regaba mis plantas o intentaba echarles un vistazo. Aunque no lo parezca las plantas son enormemente competitivas y deben luchar por el máximo espacio de sol posible. Esto hace que se retuerzan buscando por todos los recovecos posibles los rayos del astro rey, así que adoptan formas de lo más curiosas. Las personas que hemos visto en terapia todos estos años también buscan la luz del sol, sólo que en lugar de dirigirse a un objetivo, huyen de algo. Este es uno de los aspectos que empiezan a marcar el cambio de actitud en la persona, es decir, cuando empieza a dejar de un fugitivo y se convierte en un buscador. Es como un giro copernicano, ya no es el problema el que gira alrededor nuestro, sino que somos nosotros los que giramos alrededor del mismo. Es entonces cuando realmente hemos decidido hacerle frente.

La gran dificultad la mayoría de las veces no es cuanto asusta el pánico, sino todo lo que he hecho para que no me asuste, el peaje que he tenido que pagar. Y es imposible superar este tipo de procesos sin ajustar nuestra visión del mundo, sin ampliar nuestra perspectiva, sin madurar en ese aspecto, al fin y al cabo. Con esto no quiero decir que la persona con fobias sea una persona inmadura, pero si esta obligado a madurar en ese aspecto. Igual que alguien que ha sufrido una pérdida necesita aprender a aceptarlo, mientras que alguien que aún no la ha sufrido aún no necesita realizar ese proceso.

Virgilio acompaño a Dante en su camino a las profundidades del Averno, y esa ha sido mi función durante todos estos años. La terapia no es un taller, es un viaje, en el que uno ha de estar dispuesto a transitar incluso por el infierno. La mayoría de las personas que encontré no querían estar ahí pero tuvieron que aceptar donde habían caído, tuvieron que dejar de preguntarse los porqués, tuvieron que dejar de plantearse si era justo o no. Cuando abandonaron todo eso, empezamos a viajar…

Las personas buscan el porque al principio con ansiedad, pero ignoran que aún no están preparados para saberlo, ya que en realidad no están haciendo esa pregunta. Lo que hay detrás de cada “por qué” es un “no me debería ocurrir lo que me esta ocurriendo“. Por eso normalmente abandonamos esa etapa al principio agotados. Y así es como pasamos de la isla de las interrogaciones a la tierra del “cómo“.

Si hemos caído en el infierno es mejor que sepamos como funciona, y mucho mejor aún, cómo lo hacemos para permanecer en el. Lo que muchas personas aún no saben es que han podido desarrollar un síndrome de Estocolmo con su desdicha, ya que después del dolor podemos permanecer apegados al sufrimiento. Además en muchas ocasiones son nuestros esfuerzos para salir de el los que terminan por hacerme regresar al mismo sitio.

Cuentan que un señor y su criado se encontraban en el mercado, entonces la muerte apareció por allí y se quedo observando al criado mientras le señalaba con sus huesudos dedos. El criado le dijo a su señor que la muerte lo andaba buscando y que tenía que huir hacia Bagdag. Fue entonces cuando el señor se enfrentó a la muerte, increpando la: – ¿porqué has hecho huir a mi sirviente?, la muerte entonces contesto: – yo no quería asustarle, tan sólo estaba sorprendida, pues le esperaba mañana en Bagdag para llevármelo.

Quienes han caído en un lugar, muy a menudo no pueden volver a salir por el mismo sitio, porque como hemos dicho, para poder salir de ahí uno debe de aprender a despedirse de aquel que entro, ya que el que entró fue quien nos metió en ese sitio aunque no lo podamos asimilar al principio. No quiero decir renegar de el, porque también fue quien nos mantuvo con vida, y el que me sirvió hasta ese momento del camino. Pero como hemos dicho antes, he de madurar algunas cosas para poder salir de ahí, y en el infierno el camino de entrada y de salida son distintos.

A partir de aquí el camino puede tomar muchas direcciones en la terapia de los trastornos de la ansiedad, y son muchos los lugares a los que este viaje puede llevarnos. Es posible que a partir de aquí podamos empezar a replantearnos los “por qués” de manera auténtica, porque la pregunta esta vez, no tiene la trampa de antes. Pero como decía Ende en su historia interminable: eso es algo que debe ser contado en otra ocasión…

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