Si alguna vez te has ido un fin de semana al campo y cuando has regresado te sentías de mejor humor, con menos ansiedad y con las ideas despejadas, estabas sintiendo los beneficios de ajustar tus ritmos circadianos de la manera en que tu cuerpo está diseñado para hacerlo.

La salida y la puesta del sol, los cambios estacionales y otros fenómenos nos mandan señales para realizar pequeños cambios que en muchas ocasiones entran en conflicto con nuestro ritmo moderno de actividad. En un mundo en el que más de la mitad de la población vive en núcleos urbanos, se torna imprescindible entender la importancia de la presencia de la naturaleza en nuestras vidas.

La idea de conectarse con la naturaleza para aumentar el bienestar surge de Biophilia, obra de E. Wilson en 1984, en el que señala que ésta se encuentra arraigada en nuestra biología y genética; lo que se termina instaurando como una práctica llamada Ecoterapia.

El poder sanador de la naturaleza se ha definido tradicionalmente como una respuesta de curación interna diseñada para restaurar la salud. Sus ventajas para el bienestar mental y físico, la cognición, la habilidad para aprender e incluso para la productividad están fuera de duda.

Cuando nuestros sentidos entran en contacto con la naturaleza se desencadena un torrente de beneficios en nuestro cuerpo. Éstos han sido ampliamente estudiados en diversas investigaciones, que han demostrado que las personas que viven en la ciudad, en comparación con quienes habitan en entornos rurales, tienen mayor probabilidad de sufrir trastornos del estado de ánimo y de ansiedad.

En 1984 el investigador Roger Ulrich observó en un hospital de Pensilvania (EEUU) cómo, de los pacientes que se estaban recuperando de una operación quirúrgica de vesícula, aquellos que veían desde su ventana unos árboles recibían el alta un día antes y necesitaban tomar menos analgésicos que los que contemplaban una pared.

Investigadores del Instituto Universitario de Salud Mental Douglas en la Universidad McGill en Canadá se propusieron investigar acerca de los procesos neurales responsables de estos hallazgos. Encontraron en quienes vivían en entornos urbanos una mayor actividad en la amígdala, área cerebral involucrada en la emoción de miedo y la respuesta al peligro, y por lo tanto, mayor sensibilidad al estrés.

Gregory Bratman, de la Universidad de Standford, examinó los mecanismos neurológicos que se producen cuando estamos en la naturaleza. Concretamente, se propuso estudiar el efecto de un paseo en la tendencia de las personas a rumiar las cosas, ese estado mental en el que le damos vueltas a todo, como un disco rayado. Los que pasearon por zonas de tráfico denso no se tranquilizaron y sus escáneres cerebrales mostraron más flujo sanguíneo en la zona asociada con el proceso de rumiar excesivamente. Por el contrario, los voluntarios que habían paseado por el campo sí mostraron pequeñas mejoras en su estado mental, y las zonas de su cerebro implicadas en ese proceso registraban menor actividad.

En estudios con niños, investigadores de la UAM muestran cómo la cercanía con la naturaleza aumenta su capacidad de afrontar fenómenos estresantes, algo que se conoce como el “efecto moderador” de la naturaleza y funciona también en adultos.

En otro estudio diferente, un grupo de voluntarios corrió durante diez minutos, aumentando sus constantes vitales. Mientras se recuperaban, unos contemplaban imágenes de naturaleza, otros calles peatonales tranquilas y otros imágenes de tráfico denso. El grupo que contemplaba las escenas de naturaleza recuperó las pulsaciones cardíacas y demás constantes en la mitad de tiempo.

Esto no significa que el mero hecho de vivir en el campo pueda regalarnos la felicidad. El entorno rural puede ser también estresante para algunas personas por la ausencia de estímulos novedosos o la limitación en las relaciones sociales.

De modo que, de ser posible, trata de pasar más tiempo en la naturaleza todos los días. No hace falta mudarse al bosque, pequeños gestos como plantar vegetación en el hogar o salir a pasear o comer a una zona verde o parque de la cuidad tienen un impacto positivo y significativo en nuestra salud.

Actividades como excursiones, navegar en barca o canoa por algún río o acampadas al aire libre son un plus a realizar de vez en cuando y producirán un efecto calmante en tu estado de ánimo.

Si por alguna razón no puedes entrar en contacto con la naturaleza, el simple hecho de ver fotos o vídeos de paisajes podría ayudarte a reducir el estrés.

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