Si alguna vez, en una situación de mucha ansiedad y estrés, has sentido que te ahogabas o que te faltaba el aire, estabas experimentando un fenómeno respiratorio llamado hiperventilación.

En esencia, la hiperventilación se trata de un desequilibrio en los niveles de oxígeno (O2) y dióxido de carbono (CO2) que produce un estado de alarma en el organismo, responsable de sensaciones desagradables y angustiosas, especialmente cuando no sabemos lo que nos ocurre.

Cada vez que inspiramos, introducimos aire cargado de O2 en nuestros pulmones, el cual es recogido por la sangre en los capilares de los bronquiolos para ser transportado hacia el corazón.
Una vez allí, el corazón bombea la sangre para que llegue oxígeno a todo el cuerpo, lo que permite transformar los nutrientes en energía mediante reacciones químicas.

Como efecto de este proceso se genera CO2, que es recogido por la sangre para llevarlo de vuelta al corazón y de ahí a los pulmones, donde se desprende en los capilares para ser espirado y recoger de nuevo el O2.

La hiperventilación que tiene lugar cuando estamos en un estado de ansiedad elevada resulta excesiva y superior a nuestras necesidades fisiológicas, ya sea por su rapidez o por el tamaño de las bocanadas de aire que tomamos, y tiene las siguientes consecuencias:

1. Los niveles de O2 se incrementan y los de CO2 disminuyen. El funcionamiento de nuestros pulmones y los niveles de estos gases en sangre se alteran.
2. El cerebro detecta la disminución de CO2 en sangre y reduce el impulso de la respiración para restablecer la cantidad de O2 inspirado y de CO2 expirado.
3. Esta señal produce en nosotros la sensación de ahogo, ya que nuestro cuerpo “se niega” a respirar con normalidad.
4. Como respuesta, tratamos de esforzarnos por respirar, agravando aun más el desequilibrio.
5. El miedo ante la sensación de ahogo, cada vez más presente, agrava el pánico y mantiene la respiración agitada, que continúa generando este proceso.

Cuanto más hiperventilación, es decir, cuanto más respiremos por encima de nuestras posibilidades, más nos dificultará la respiración nuestro cuerpo. Esto no resulta en ningún modo peligroso, pues lo más extraño que nos puede suceder es que nuestra respiración se pare momentáneamente como estrategia de emergencia para devolver los estos niveles a la normalidad.

Cuando todo esto ocurre, se altera el PH de nuestra sangre y podemos experimentar alguna de las siguientes sensaciones además de la de ahogo (que, recordemos, no son peligrosas, aunque sí bastante desagradables):

  • Mareo
  • Hormigueo y pinchazos
  • Sensación de frío o calor, o escalofríos
  • Debilidad en las extremidades
  • Tensión muscular
  • Palpitaciones
  • Temblores
  • Sudoración
  • Visión borrosa
  • Sensación de irrealidad

Si alguna vez experimentas este fenómeno de hiperventilación, lo más aconsejable es que acudas a tu médico para descartar que se deba a una enfermedad física.

Si es producto de la ansiedad, trata de respirar de forma lenta y regular, con el abdomen. Ya sabes que respirar de manera acelerada resulta contraproducente. Aplica alguna técnica de respiración que conozcas o busca información al respecto. Es importante que la practiques lo suficiente como para que en este momento de pánico puedas aplicarla de forma automática.

Intenta, una vez restablecido (o al menos disminuido) el ritmo respiratorio, llevar a cabo una actividad relajante para ti por unos instantes. De esta manera le envías a tu cerebro señales de calma y podrás manejar con mayor conciencia la situación.

Lo más importante es que a partir de ahora sepas que está en tu mano modificar el afrontamiento ante estas situaciones, adquiriendo estrategias y herramientas para disminuir tu estado de ansiedad.

 

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