Se acerca en fin del año lectivo y con ello los exámenes finales; la última oportunidad para no catear, la última esperanza. Los nervios en muchas casas de España están a flor de piel cual Madrid vs Barça en la televisión. Pareciera que toda la familia está de exámenes y vemos más progenitores estresados que el propio alumnado.

Estamos de exámenes” me dice otro día una mujer, trabajadora, madre, justificando porque no podía acudir a consulta. En realidad, lo que me quería decir era que su hijo tenía exámenes esa semana, no ella que hace ya mucho dejó los estudios, los suyos, porque con los de su hijo sigue cargando. El peso de la vergüenza a que repita, el miedo que se traumatice, el que no quiere que repita para no perder a sus amigos porque el año pasado lo pasó muy mal con el cambio de cole, y, y, y… la angustia de no verle triunfar en un mundo de titulitis y competición feroz.

Hablamos que lo importante es el bien estar de nuestros críos, de su vida emocional plena, pero “por favor, aprueba el curso” les decimos. Tenemos en la boca todo el tiempo lo de la inteligencia emocional, que ser listo no se ve por las notas pero cuando llega la hora de la verdad, nos callamos, nos encerramos en casa con ellos y les presionamos para que aprueben porque sino no van a ser nadie en la vida. Bienvenido a la cultura de la incoherencia, la del Sí pero No.

Cuantas veces escucho en las consultas a madres y padres que para ellos lo más importante no son los estudios, que están ahí conmigo por el bien estar de sus infantes. No obstante, lo que les trajo a la consulta fue la bajada de notas; muchos niños ya habían manifestado conductas problemáticas, pero, en la mayoría de los casos que veo, solo cuando eso afecta a la escolaridad, padres y madres toman la iniciativa que contactar. Mínimo Curioso!

No me importa que mi hija suspenda pero si no te importa ya que estamos terminando el año, le ayudo este poquito y de cara a septiembre ya intentamos otras estratégias.”

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