No es infrecuente el miedo a conducir. En griego, Amaxos significa carruaje, y Phóbos temor. La amaxofobia puede presentarse en diferentes grados: desde un temor relativo o relacionado con circunstancias de tráfico concretas, hasta un miedo paralizante que incapacita para conducir un vehículo.

Según el estudio del Instituto MAPFRE de Seguridad Vial (2005), más del treinta por ciento de los conductores españoles han referido sentir miedo a conducir al volante en circunstancias específicas (condiciones climatológicas, fluidez del tráfico, tipo de vía, etc.), especialmente mujeres y conductores con una edad comprendida entre treinta y cuarenta años y con una antigüedad del permiso de conducir de entre cinco y diez años.

Las personas que tienen este miedo evitan coger un coche porque les preocupa perder el control, marearse, desmayarse, tener un ataque de pánico, sufrir un accidente o provocarlo. En estos casos al volante se siente angustia ante una situación que se interpreta como insuperable y peligrosa; junto con manifestaciones físicas como sudoración, taquicardia, hiperventilación, temblores, vértigo, cefaleas, dolor estomacal, sensación de desmayo…

La amaxofobia se manifiesta en diferentes condiciones para cada persona, siendo las más comunes:

· Incorporarse y circular en vías rápidas, en las que aumenta la percepción de peligro de manera significativa.

· Provocar la detención de otros vehículos para aparcar, o enlentecer la circulación al calarse el coche, sintiendo que se estorba al resto de conductores.

· Rebasar obstáculos o ser adelantado en calles y carreteras estrechas; en las que la falta de espacio produce la idea de que no hay salida ante la supuesta pérdida de control.

· Atravesar túneles (sensación de agobio ante la idea de no encontrar la salida) o puentes (temor ante la posibilidad de caer al vacío en una hipotética pérdida de control).

· Circular a velocidad de carretera; en paralelo a un autobús; cerca de motos o bicicletas; con tráfico denso; con lluvia, niebla, de noche…

En algunos casos la experiencia de un accidente de tráfico, o de algún otro suceso desagradable relacionado con la conducción puede desencadenar este miedo. En otros no aparece ningún acontecimiento asociado que explique la aparición de la amaxofobia.

Por ejemplo, en muchos casos esta fobia comienza tras un suceso vital doloroso (muerte de un ser querido, divorcio, una enfermedad, etc.) que a priori no está relacionado directamente con el tipo de miedo que se experimenta. Asimismo, el modo en que interpretamos las situaciones puede ser un factor mediador importante en el desarrollo del miedo a conducir.

El encuentro con las situaciones temidas incrementa la activación autónoma, con lo que se produce un aumento de la ansiedad. Esto facilita la aparición de conductas defensivas dentro de la situación (por ejemplo, agarrar con fuerza el volante), el escape de la misma o, incluso, la inmovilidad tónica (sensación de paralización de las extremidades).

Estas conductas defensivas ayudan a mantener las expectativas de peligro, ya que impiden comprobar que las interpretaciones de amenaza no se hacen realidad. En realidad, dificultan el correcto procesamiento de las amenazas percibidas y se acaba creyendo que no se han producido las consecuencias temidas gracias a ellas (“no he tenido un accidente porque agarro con mucha fuerza el volante”). Ciertos errores cognitivos mantienen igualmente las expectativas de peligro, como puede ser el atribuir erróneamente a la suerte que no haya ocurrido nada.

La expectativa ansiosa al imaginar estas situaciones, junto con la percepción de carencia de recursos para afrontar la situación y el miedo, facilitan la evitación; la cual previene la ansiedad e impide la supuesta ocurrencia de las consecuencias aversivas temidas. El precio que se paga es el mantenimiento de las expectativas de peligro y el no poder realizar determinados viajes o actividades.

La evitación de las situaciones temidas (transitar fuera de la zona de seguridad, por carretera, en túneles…) constituye un potente refuerzo negativo que mantiene el miedo a conducir. Suele ser frecuente que ante la evitación de estas situaciones se pase a depender de personas cercanas para desplazarse, lo que en un principio puede parecer la solución al problema… Sin embargo, esta dependencia acaba por convertirse en un hábito que refuerza de manera circular el temor y la evitación a la conducción.

El tratamiento psicológico, principalmente cognitivo conductual, integra diversas técnicas y corrientes como estrategias de afrontamiento, abordaje de pensamientos negativos y catastrofistas, autoinstrucciones positivas, visualización y focalización de la atención (Mindfulness) y Terapia de Aceptación y Compromiso; así como una psicoeducación que permite a la persona conocer la naturaleza de su ansiedad y manejarla con el fin de conseguir su autonomía y bienestar tanto al volante como en su vida diaria.

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