Ya Pitágoras, Aristóteles o Sócrates la utilizaban para fortalecer el cuerpo, la mente y el espíritu; aún hoy, siglos después, experimentamos que la música es una parte intrínseca de nuestra salud y bienestar, individual y colectiva. ¿Pero sabes por qué? ¿Cómo llega a ser procesada por nuestro cerebro? ¿Qué influencia tiene la música en nuestros neurotransmisores? Asomémonos a lo que los avances científicos nos descubren sobre esta fuente de bienestar.
La música, como el lenguaje, es sintáctica y está formada por diversos elementos organizados jerárquicamente (tonos, intervalos y acordes). Aunque estos dos estímulos auditivos, lenguaje y música, no comparten los mismos mecanismos de procesamiento, sí que se han llevado a cabo estudios en personas con daño cerebral que muestran que el procesamiento de la música es también modular. ¿Qué quiere decir esto? Pues que la información no es procesada por todas las áreas del cerebro destinadas a ello una detrás de otra, como si fuese una cadena de montaje; sino que procesamos la música desde diferentes áreas cerebrales sensibles a ello, independientes entre si pero simultáneamente en el tiempo (como si se tratase de diferentes departamentos de una empresa que trabajan para el mismo proyecto, pero cada uno se desarrolla en su área para luego poner en común sus resultados y crear un producto final).
La psicóloga Isabel Peretz y sus colaboradores propusieron un modelo de procesamiento musical, en el que actualmente parece apoyarse la neurociencia, que nos explica que nuestro cerebro posee un módulo general de análisis musical (lo que en nuestra analogía sería la puesta en marcha específica de los diferentes departamentos encargados de ese proyecto), y que se activa cuando ingresa en nuestro cerebro el “input acústico” que percibimos a través de los sentidos al escuchar una canción.
La tarea de analizar ese input acústico lo realizarían estos “diferentes departamentos” que se ponen primero a trabajar por su cuenta, que es lo que denominaron módulos específicos, y son dos:
Así que diríamos que la puesta en conjunto del trabajo que realizan estos dos módulos específicos al escuchar una melodía, es lo que nos permite ser conscientes de la experiencia musical al completo, tal y como la conocemos.
Esto nos hace entender que la música para nuestro organismo es un elemento más abstracto que otra cosa, porque a pesar de que podamos reconocer la melodía y su temporalidad, o adjuntar letra a las melodías con cierto significado racional… la música no se comprende tanto como se siente.
Acabamos de ver cómo nuestro cerebro “entiende” la música, pero ¿qué hay de la química que se libera cuando escuchamos nuestra canción favorita y cómo nos afecta?
El divulgador y experto en neurociencia musical Jordi Jauset investiga hasta qué punto la música puede influir en nuestro cerebro afectando a todos nuestros sistemas (fisiológico, neuronal, emocional, mental, conductual, social y/o espiritual); y explica que se ha logrado verificar que la música que nos gusta produce ondas Alpha (la actividad eléctrica de determinadas poblaciones de neuronas que aparecen en estados de calma, o cuando cerramos los ojos y nos dormirnos). Y no sólo la música que personalmente nos gusta produce el aumento de esas ondas Alpha con un incremento de la atención, también lo hace la música clásica; el rock, sin embargo, se asocia con un incremento de las ondas Beta (las más rápidas que se producen en estados de pensamiento activo y vigilancia).
Cuando escuchamos música se producen de manera progresiva diversos cambios neuroquímicos:
Y hasta aquí nuestra oda particular a la música… una experiencia que tiene impacto en nuestra memoria emocional, y que desencadena una respuesta fisiológica involuntaria e intensa, activada por la connotación que cada persona le da. Una maravilla inmaterial de la creación humana que, con los cambios químicos y fisiológicos que provoca, implica a áreas cerebrales del placer, puede regular el estrés, favorecer el sistema inmunológico y la cohesión social; gracias a la cual se nos ponen los pelos de punta, podemos estremecernos, tranquilizarnos o que nos broten las lágrimas.
Fuentes:
DE LA PERCEPCIÓN AL PLACER:LA MÚSICA Y SUS SUSTRATOS NEURONALES. ROBERT J. ZATORRE y VALORIE N. SALIMPOOR
Efecto ansiolítico de la musicoterapia: aspectos neurobiológicos y cognoscitivos del procesamiento musical. Juan Manuel ORJUELA ROJAS.
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