Carlos y Laura trabajan en la misma empresa. La empresa no está́ atravesando un buen momento de modo que ambos deben enfrentar un elevado grado de incertidumbre sobre su futuro laboral. Carlos no puede evitar enredarse en pensamientos anticipatorios sobre la posible pérdida de su empleo. Está muy preocupado por su futuro. Calcula todas las posibilidades, intenta extraer toda la información posible del entorno, pero nada termina de calmar su preocupación.
Laura es capaz de dedicar sus esfuerzos a aprender lo máximo posible de su puesto de trabajo mientras dure. Dedica su tiempo y energía a mejorar su competencia y cultivar las relaciones profesionales.
Al cabo de unos meses la empresa decide conservar a Carlos y prescinde de Laura. Laura de siente preparada para enfrentarse al mercado laboral y piensa que quizá́ este cambio le ha venido bien después de todo. Se pone en contacto con las relaciones que ha cultivado y ve buenas probabilidades de que le ayuden a contactar con empresas en el mercado que requieran empleados de su perfil.
Carlos siente un alivio momentáneo por conservar su puesto de trabajo. Sin embargo, no es fácil frenar su patrón de cálculo y preocupación. Enseguida piensa que se ha salvado por los pelos y se preocupa por la próxima vez que la empresa prescindirá́ de algún trabajador, algo que quizá́ no esté lejos. Su energía física y mental sigue en gran medida dirigida a ganar una certeza sobre el entorno que no existe.
Lo único que distingue a Carlos y Laura es su gestión de la incertidumbre.
Esta situación está simplificada pero no es muy distinta a situaciones reales que he tenido la oportunidad de ver en mi vida profesional.
A continuación, comparto contigo algunas razones por las que Laura ha podido hacer una mejor gestión de la incertidumbre. Ten en cuenta que este texto es una reflexión para aquellos que, a veces, invertimos demasiado tiempo improductivo en esta lucha. Desde luego no es óbice para que llevemos a cabo una adecuada planificación de aquellos eventos vitales que permiten una predictibilidad y una planificación racional, algo que es de mucha utilidad en un gran número de contextos.
El mundo no está́ construido sobre certezas sino sobre buenas probabilidades y esa construcción permite conducir una vida plena. La incertidumbre no es un defecto que corregir, sino que forma parte de la propia arquitectura del mundo. Los seres humanos estamos equipados de manera innata para habitar un mundo incierto.
Nos manda un mensaje sobre la importancia de conectar con la experiencia presente. También nos indica que la planificación y el cálculo de probabilidades son a menudo un ejercicio menos eficaz que el desarrollo de habilidades de afrontamiento. Anticipar lo que puede pasar, a menudo nos dará́ un menor control sobre el entorno y una mayor sensación de fragilidad que invertir tiempo y esfuerzo en mejorar nuestras capacidades de relajación, regulación emocional, solución de problemas, etc.
En un número significativo de situaciones, conocer de antemano los acontecimientos (buenos o malos) no aporta un mayor bienestar o capacidad de afrontamiento. Los acontecimientos positivos inesperados generan un mayor disfrute precisamente por ser inesperados. Muchos de los acontecimientos negativos, cuando son inesperados, nos ahorran tiempo de preocupación y nos permiten iniciar el proceso de afrontamiento cuando se concretan, que es cuando tenemos capacidad de concretar también las acciones de afrontamiento más eficaces.
Cuando anticipamos consecuencias negativas, invertimos tiempo y energía mental en preocuparnos en exceso. Sin embargo, incluso cuando ocurren las consecuencias temidas, a menudo descubrimos que no son tan graves como habíamos anticipado. Esto es así porque muchas veces el carácter positivo o negativo de una situación depende de nuestra interpretación. Aun cuando ocurren consecuencias a priori indeseables, existe un amplio margen de interpretación sobre su valencia.
Los acontecimientos mentales son sólo una pequeña parte de nuestra experiencia. A menudo sobreestimamos nuestras capacidades metales para manipular y predecir la realidad. Sin embargo, nuestras predicciones están repletas de sesgos que muy a menudo no predicen adecuadamente los acontecimientos.
Te pongo un ejemplo. Sabes que Juan lleva gafas y le gusta leer ¿Crees que es más probable que Juan sea camionero o bibliotecario? La mayoría responderíamos (o sentiríamos la tentación de responder) que la probabilidad mayor es que Juan sea bibliotecario. Sin embargo, esto es un ejemplo clásico de sesgo de representatividad. Nuestra primera respuesta se ajusta al estereotipo, pero ignora la probabilidad base: el número total de camioneros es muy superior al de bibliotecarios, de modo que es más probable que Juan sea un camionero al que le gusta leer y lleva gafas.
La última vez que hiciste una predicción que te generó preocupación, ¿puede ser que estuvieras razonando de manera sesgada? Echa un vistazo a estos sesgos cognitivos y dime si te identificas con algunos.
Existen fórmulas para navegar la incertidumbre de manera algo más eficaz. Te propongo algunas:
Referencias
LEMOS, M.A; LONDOÑO, N.H. y ZAPATA, J.A.: «Distorsiones cognitivas en personas con dependencia emocional». Informes psicológicos, 9, 2007, págs. 55-69.
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