En una terapia psicológica, tendemos a buscar aquello que influye en el modo de responder y de comportarse de la persona que acude a nosotros, ya sea a nivel de pensamiento o creencias, emociones y conducta. Para ello, utilizamos el análisis funcional (no todos lo llevan a cabo de manera literal) como herramienta para poder identificar los factores que originan y mantienen el malestar del paciente.
El Análisis Funcional de la conducta (AF), permite establecer las relaciones funcionales o secuencias que caracterizan una conducta, analizando los antecedentes y consecuentes que explican que la conducta se dé y se mantenga en el tiempo. El AF nos permite conocer exactamente qué ocurre (cuál es la conducta problemática: qué piensa, dice, hace, siente, o cómo reacciona la persona), en qué circunstancias contextuales (el contexto, ante que estímulos o personas se da la conducta) ocurre la conducta y qué efectos o consecuencias tiene en el medio (que hacen los otros, qué beneficios o pérdidas reporta a la persona, cómo se siente después…).
Cuando hablamos de contexto hablamos del entorno inmediato de las respuestas (antecedentes o “qué ocurre antes” y consecuentes o “qué ocurre después”), pero también del escenario más amplio en el que dichas respuestas tienen lugar. En ese escenario hay elementos del entorno de la persona y también elementos de la propia persona, entendida como un organismo con una historia de aprendizaje determinada, unas condiciones biológicas concretas y ciertas características físicas y de temperamento o personalidad.
Dos personas pueden emitir una respuesta idéntica y, sin embargo, en cada caso dicha respuesta puede tener funciones claramente distintas, lo cual resulta clave para entender por qué se mantiene dicha conducta. Por ejemplo, una persona “evita comer” a la hora en que habitualmente suele hacerlo porque ha comido un buen aperitivo y no tiene hambre; mientras otra persona “evita comer” porque está insatisfecha con su peso y no quiere engordar. En estos ejemplos la conducta es la misma pero el contexto cambia, haciendo que el mismo comportamiento presente funciones distintas: en el primer caso, el no comer es la ausencia de respuesta debido a que no existe la estimulación previa que llamamos “hambre”; en el segundo caso, el no comer tiene la función de evitar sentirse culpable por ganar peso o de conseguir sentirse satisfecho/a por saber “autocontrolarse”.
a) Identificar los antecedentes y consecuentes del comportamiento o conducta que controla o se relacionan funcionalmente con él, analizando y describiendo las relaciones entre estos elementos en secuencias funcionales de tipo Estímulo antecedente – Respuesta (comportamiento) – Estímulo consecuente.
b) Identificar las variables estructurales del organismo y del entorno que puedan estar modulando o influyendo sobre alguno o varios de los elementos de las secuencias funcionales del comportamiento.
c) Formular hipótesis que expliquen por qué se produce el comportamiento o conducta (hipótesis sobre el origen del comportamiento e hipótesis sobre su mantenimiento).
d) Complementariamente, describir a un nivel topográfico (forma, duración, intensidad, etc.) la conducta.
e) Establecer los objetivos terapéuticos y el tratamiento para la intervención de manera conjunta con el paciente.
Entendemos como comportamiento la interacción entre un organismo y su entorno, puede ser tanto manifiesto u observable (es decir, es observado por los demás) como encubierto (solo nosotros somos observadores de nuestro comportamiento interno). Ejemplos de manifiesto son reír, llorar, bailar, conducir o gritar, y ejemplos de comportamiento encubierto son pensar, sentir, interpretar, recordar o preocuparse.
Habitualmente, elaborar un AF implica establecer dos tipos de hipótesis: la hipótesis de origen y la de mantenimiento. Ambas consisten en un conjunto de secuencias funcionales moduladas o influidas por variables estructurales (contexto amplio), pero se diferencian en que la hipótesis de origen ofrece una explicación tentativa de cómo se adquirió el comportamiento y la de mantenimiento explica por qué dicho comportamiento continúa a día de hoy. Es decir; la primera trata de esclarecer cómo se originó la conducta problemática, teniéndose en cuenta los elementos contextuales presentes en el momento del surgimiento del problema. Y las hipótesis de mantenimiento tratan de explicar por qué la conducta se sigue realizando a día de hoy, qué elementos la han reforzado o por qué aún no se ha extinguido.
Es importante señalar que la hipótesis de origen rara vez se establece en base a datos contrastables: para plantearla, dependemos de la memoria de la persona que nos cuenta cómo empezó su problema. Por lo tanto, su validez es limitada y no debe ser una guía para el tratamiento, aunque pueda tener importancia a la hora de explicar a las personas de dónde vienen sus comportamientos y por qué han surgido sus problemas.
La hipótesis de mantenimiento, por el contrario, se plantea sobre datos extraídos directamente del presente, mediante métodos de evaluación lo más objetivos posibles (registros y observación, además de la entrevista). Por lo tanto, es esta hipótesis la que resulta esencial para el tratamiento.
A modo de conclusión, el objetivo del AF es la explicación, predicción y control del comportamiento de un organismo. Su utilidad fundamental radica en operativizar los comportamientos que se quieren modificar/eliminar/instaurar y explicar por qué se mantienen, es decir, qué variables externas o internas al sujeto pueden estar influyendo en dicho comportamiento (variables disposicionales/estructurales), en relación a qué estímulos se produce (antecedentes y consecuentes) y cómo funciona.
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