Dicen que los elefantes enormes permanecen encadenados a estacas chiquititas porque cuando eran bebes les ataban a esas mismas estacas. Claro que el elefante no es el mismo y podría romper con ella, pero sus creencias les mantienen en el mismo lugar. Pues esto pasa mucho cuando encontramos con personas que llevan largo tiempo con un trastorno de ansiedad, o con un trasfondo depresivo a lo largo de mucho tiempo, que sus creencias les mantienen atados a un estado. Y de esto es lo que trata este artículo, de ideas erróneas que te impiden avanzar en tu ansiedad.
Padecer ansiedad no es lo mismo que estar enfermo porque no estamos hablando de ninguna enfermedad. La enfermedad tiene un origen orgánico, y para ser franco, no podemos concluir con exactitud cuál es la causa, más bien hablaríamos de causas. Sabemos que hay muchos factores que pueden estar influyendo en la aparición de esos síntomas y pensamientos que nos traen de cabeza. En cambio, esta concepción hace mucho daño por varios motivos:
Otra concepción con la que podemos anquilosarnos es la de vivir la ansiedad como un virus. Algo que hemos contraído en algún momento y que ha cambiado nuestra vida para siempre. Esta idea puede hacernos daño por varias razones:
Otro aspecto por tratar en esta revisión de paradigmas en torno a la experiencia ansiógena es que tenemos que entender que la ansiedad no es una forma de ser. La ansiedad es más bien una forma de estar. No somos ansiosos, más bien generamos ansiedad cuando hacemos o dejamos de hacer ciertas cosas. Si nos decimos que somos ansioso en realidad:
Nunca fuimos bautizados como ansiosos, más bien nos casamos con la ansiedad.
Vamos a cambiar algunas de estas concepciones clásicas por otras más adaptativas:
Considerar que la ansiedad es debido a una fuente externa nos confunde, pero entender que esta se debe a una debilidad, a un carácter erróneo tampoco ayuda demasiado en nuestro objetivo de comprenderla y colocarla. No nos pasa por alto que muchas de las personas que terminan sufriendo algún trastorno de este tipo no son precisamente vulnerables, o no lo eran hasta que apareció la ansiedad. No se trata de que no sepan desenvolverse en la vida o tengan menos recursos, sino que no saben como lidiar con la abrumadora sensación que están experimentando.
Confundimos la llamada ansiedad de rasgo, que es la mayor predisposición para percibir la realidad del entorno como amenazante (a lo que nos referimos cuando decimos que una persona tiene un temperamento nervioso) con la aparición de un trastorno de ansiedad, y aunque puedan correlacionar positivamente, es decir, que exista una mayor tendencia a padecer un trastorno si ya de por si se posee una ansiedad de rasgo, no siempre tiene porque coincidir.
Podemos conocer muchos casos de personas que parecen poseer un carácter relativamente tranquilo y que padezcan una fobia o un TOC, sin que los otros aspectos de su vida se encuentren afectados. Pueden ser personas con una gran capacidad para resolver la mayoría de situaciones en su vida, pero cada vez que entran en un túnel, o tienen que hablar en público ese mecanismo se dispara y captura su atención de tal modo, que no saben como responder.
Un hombre rico mandó a su criado al mercado en busca de alimentos. Pero al poco de llegar allí, se cruzó con la muerte, que lo miró fijamente a los ojos. El criado palideció del susto y salió corriendo dejando tras de sí las compras y la mula. Jadeando, llegó a casa de su amo.
-¡Amo, amo! Por favor, necesito un caballo y algo de dinero para salir ahora mismo de la ciudad… Si salgo ya mismo quizás llegue a Tamur antes del anochecer… ¡Por favor, amo, por favor!
El señor le preguntó sobre el motivo de tan urgente petición y el criado le contó a trompicones su encuentro con la muerte. EL dueño de la casa pensó un instante y, acercándole una bolsa de monedas, le dijo:
-Está bien. Sea. Vete. Llévate el caballo negro, que es el más veloz que tengo.
-Gracias amo -dijo el sirviente.
Y, tras besarle las manos, corrió al establo, montó el caballo y partió velozmente hacia la ciudad de Tamur. Cuando el sirviente se hubo perdido de vista, el acaudalado hombre caminó hacia el mercado buscando a la muerte.
-¿Por qué has asustado a mi sirviente? -le preguntó en cuanto la vio.
-¿Asustarlo yo? -preguntó la muerte.
-Sí -dijo el hombre rico-. Él me ha dicho que hoy se ha cruzado contigo y lo has mirado amenazadoramente.
-Yo no he mirado amenazadoramente -dijo la muerte-. Lo he mirado sorprendida. No esperaba verlo aquí esta tarde, ¡porque se supone que debo recogerlo en Tamur esta noche!
Esta historia es el esquema clásico de una tragedia griega. En toda tragedia hay un héroe, o una heroína, y una maldición. Dicha maldición aparece como consecuencia de un error fatal o fallo del carácter (harmatia). El esquema argumental es casi siempre el mismo, el protagonista intenta zafarse de la maldición impuesta por los dioses, y a veces, casi parece que lo va a conseguir, solo que al final sucumbe a la suerte que los dioses han dictado para el. La tragedia culmina con la destrucción del protagonista, o su locura.
La cultura que nos rodea esta tan impregnada de este concepto que no resultara nada difícil buscar ejemplos: muchas de las obras de Shakespeare, Calderón de la Barca, Arthur Miller o Lope de Vega. Y el cine: El Padrino, Seven, Shutter Island, Gladiator, Titanic…
Se puede observar este guión de vida de forma muy clara entre muchas de las personas que acuden a la consulta. Y parte del trabajo consiste en deshacer esos guiones de vida. Sustituyen la maldición por la ansiedad y ya tienen una receta perfecta para dar vueltas alrededor de una idea.
La irrupción de la ansiedad casi parece algo religioso. Se termina temiendo al miedo y se le intenta aplacar mediante sacrificios rituales en forma de intentos de solución. Pueden ser compulsiones, evitaciones, intentos de control o comprobaciones que terminan desembocando en mayor ansiedad y agravando el problema. Debemos procurar alentar la actitud científica y el pensamiento crítico con respecto a estos guiones ficticios de tragedias. Es importante vislumbrar más allá de nuestras tinieblas.
Las personas terminan organizando su vida en torno a la liturgia de la ansiedad, y se dicen a si mismas que si no fuera por esta, su vida seria completamente diferente, cayendo constantemente en el mismo autoengaño. Las autenticas cadenas no las ponen las sensaciones, ni los pensamientos amenazantes, sino todos aquellos intentos de control, todas las soluciones intentadas para intentar aplacarlas o eliminarlas. Al final todo gira en torno al control de la ansiedad, y lo que queremos que suceda tiene más importancia que lo que quiero que pase en mi vida.
La mayoría de los pensamientos angustiosos no se dan por lo que esta pasando, sino por las creencias que estos pueden suscitar en la persona. “¿Y si no aguanto más esta situación y me termino suicidando?”, “¿Y si esto dura así para siempre, y si nunca consigo salir adelante?”. La cuestión es que se desarrolla una mitología concreta en torno al sufrimiento, aunque no se tengan pruebas de que efectivamente eso es lo que va a suceder. A menudo es importante dar un paso para atrás, y percibir que eso que estoy pensando, es un pensamiento.
No hace falta recurrir a la manida positividad que tan pocos resultados proporciona, sin embargo, tendemos a considerar que existe mayor rigor en el pesimismo que en el optimismo, y ambas son hijas de nuestras expectativas, que es lo que queremos o creemos que va a suceder. Atrevámonos a cuestionar nuestras creencias, porque el mundo no gira alrededor de nosotros, sino que somos nosotros los que giramos alrededor de el.
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