El trapecista: Una historia de aprendizaje.

TRAPECISTA

Me gusta el circo: la magia, los payasos. Me gusta todo lo que el circo tiene de vuelta a la niñez, pero nunca he llevado bien las actuaciones de los trapecistas. De hecho, nunca he sido capaz de mirar de frente a un trapecista dando vueltas en el aire, sobre una red que no en todos los casos, puede evitar que se haga daño.

Recuerdo hace unos años una tarde de circo junto a mis hijas, un grupo de trapecistas jóvenes de apellido eslavo daba vueltas en el aire y literalmente volaba de uno a otro columpio. Yo permanecía como siempre con los ojos tapados, separando a veces levemente los dedos para ver algo, pero deseando que terminase el número. Me parecía triste ver como aquellos chicos se jugaban la vida mientras yo permanecía sentada en la grada, cómodamente, como si no pasase nada, me parecía cruel que el trapecista arriesgase tanto para que otros se divirtiesen. Pero a pesar de no mirar, como el no mirar las cosas no las evita, en el escenario ocurrió algo. Uno de los muchachos calculó mal la distancia y se cayó. Todo el público lanzó un grito de espanto, mientras el trapecista se bajaba aturdido de la red, dispuesto a hacer lo que siempre se hace en el circo en estos casos: repetir el número.

No se por qué pero muchas veces, cuando pienso en la agorafobia me viene a la memoria aquel recuerdo. Probablemente si aquel muchacho no hubiese repetido su pirueta nadie del público lo habría exigido, incluso, probablemente para muchos como yo habría sido un alivio. También estoy casi segura, que la gente del circo no se dedica a eso porque no tenga otra salida para ganarse la vida, porque por muy duro que pueda ser un trabajo, poco o nada tiene que ver con el sacrificio que supone lo que hacen. Tampoco creo que tratase de volar de aquel modo, únicamente para divertirnos o sorprendernos, sino que también lo hacía para superarse, para vivir como había elegido vivir, para estar orgulloso de las maravillas que era capaz de realizar.

Sin embargo, siempre repiten el número y ahora tras crisis y crisis de pánico creo que se por qué lo hacen. Posiblemente si no lo hicieran no volverían a exponerse nunca. Necesitan vencer el miedo justo cuando más aprieta, rápidamente, no dejar que se introduzca en su cabeza, en sus sueños, en sus entrenamientosNo dejarse vencer por el miedo. Ahora ya no me parecen tan terribles los números de trapecio. Al fin y al cabo todos estamos colgando de un hilo que puede desvanecerse en cualquier momento, y es hermoso saberlo y valorarlo, y aunque tengamos miedo mirarle a los ojos, sonreirle, asumirle como parte de la vida.

Decía Epicuro que lo que más hace sufrir a los hombres no es el propio sufrimiento, sino su miedo al sufrimiento. Pues se ve que en el s.III a.c ya sabían de qué iba la historia… También decía que el miedo a la muerte era absurdo, porque cuando ella está nosotros no estamos y cuando nosotros no estamos ella no está. Al fin y al cabo ¿alguien recuerda sufrir antes de haber nacido? No, se sufre cuando se vive y también se es feliz, y se tiene miedo, porque el miedo es necesario, pero el miedo no puede atenazarnos y llevarnos a abandonar la maravilla, la pirueta, el número de trapecio. La prudencia es necesaria, no se trata de ir por la vida como locos, pero creo que una vida cobarde es una vida un poco triste, y por eso espero caminar, poquito a poco, y ser cada día un poco más valiente. Como decía Eduardo Galeano:

“La utopía está en el horizonte. Camino dos pasos y ella se aleja dos pasos. Camino diez pasos y el horizonte se corre diez pasos más allá. ¿Entonces para que sirve la utopía? Para eso, sirve para caminar.”

Rubén Casado Hidalga

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  • A que te refieres con lo de :cuando la muerte está nosotros no estamos y cuando nosotros no estamos la muerte no está.

  • Hermoso relato. Significativa reflexión. Ayer conocí por primera vez a un trapecista fuera del trapecio. Su mirada me sorprendió.
    Colgaba del aire. Prendida al espacio.
    Abarcar la nada, el fondo cósmico, es dimensionar la vida en su esencia que es la levedad del aire, el vuelo.

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Rubén Casado Hidalga

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