Ya los egipcios creían que el corazón era el punto de acceso a las emociones, la memoria, el alma y las fuentes superiores de conocimiento, de hecho, durante la momificación, el corazón era uno de los pocos órganos que no eran retirados del cuerpo; en la antigua Grecia, Aristóteles daba prioridad al corazón antes que al cerebro, decía que pensamos con el corazón y que el cerebro sólo se dedica a enfriar la sangre que viene del corazón después de haber pensado; en la Edad Media se creía que cada persona tenía tres almas: una en el hígado, otra en el corazón y la tercera era el alma racional. Y ahora piensa: Cuando decimos que “tenemos una corazonada”, o nos aconsejan que “pensemos con el corazón” para intentar abordar una solución a un problema… ¿se trata únicamente de frases hechas o hay algo más allá?, ¿existe conexión entre el corazón y el cerebro?, ¿qué puede explicar a día de hoy la ciencia de esto?
Este órgano vital del ser humano, aún guarda muchos secretos, pero a día de hoy sabemos que recoge, traduce y distribuye la extensa información del sistema nervioso. Conocer algunas cifras relacionadas con el cerebro humano puede resultar fascinante a la par que abrumador, veamos:
Tampoco se queda atrás a la hora de sorprendernos con las curiosidades que en él encontramos. Gracias y de la mano de Annie Marquier, nos extenderemos más en éste órgano con los nuevos descubrimientos realizados:
A través de una de sus exposiciones, el neurólogo Argentino Luciano Sposato, nos muestra cómo la ciencia va detrás de desmontar la tradicional idea de que pensamos únicamente con la cabeza y nos enamoramos con el corazón:
Hablaremos primero de un revolucionario estudio de la universidad de Cambridge, que muestra cómo nuestra toma de decisiones tiene más que ver con nuestro corazón de lo que pensábamos hasta ahora.
El equipo de científicos pidió a un grupo de voluntarios que se decantasen por dos opciones para un mismo problema, una con un resultado presumiblemente favorable para sí mismos y otra con consecuencias menos adecuadas. Debían llevar a cabo la toma de decisiones mientras trataban de percibir, tocando sus rodillas, su propio ritmo cardíaco en un ejercicio de interocepción (la capacidad de sentir los mensajes que nos envía nuestro cuerpo).
Encontraron que las personas que demostraron poseer una buena capacidad interoceptiva, tendían a tomar decisiones con consecuencias favorables mucho más frecuentemente que los que no. Y descubrieron que antes de tomar la opción favorable el corazón latía de una forma específica, mientras que antes de tomar una decisión desfavorable latía de una manera totalmente distinta. Es decir que, aparentemente el corazón sabía antes que el cerebro consciente si la decisión que se estaba tomando iba a tener un resultado favorable o desfavorable.
La conclusión parece ser que los que tienen la capacidad de percibir, codificar y procesar los mensajes de nuestro corazón aparentemente pueden tomar mejores decisiones.
Pero ¿cómo hacen para interactuar corazón y cerebro en el momento de tomar decisiones? El foco de las investigaciones se centra en un área cerebral llamada ínsula, que se encuentra oculta, debajo de la corteza cerebral. Ya se sabe que la ínsula está hiperconectada con todo el cerebro (de hecho es a donde llegan y de donde parten todas las conexiones), pero resulta que también es el lugar al que llegan y salen otras conexiones de órganos que están fuera del cerebro, como el corazón y el intestino, entre otros. ¿Y cómo es posible la comunicación entre éste área cerebral y el corazón? Pues esto se da gracias a que el corazón, como hemos comentado antes, tiene grupos de neuronas con el que realizar conexiones. Por supuesto, la comunidad científica está realizando más estudios que siguen esta hipótesis para poder confirmar las novedosas conclusiones a las que, parece, se van acercando.
Por otra parte, preguntémonos ¿qué tiene que ver el corazón con amar o enamorarse? Aquí entra en escena el segundo experimento que Luciano Sposato comparte:
En este estudio se les pide a los participantes que traigan fotos de alguien a quien amaban profundamente y de una persona que les era totalmente indiferente. Mientras miraban por turnos las diferentes fotografías, les hicieron una resonancia magnética funcional (RMf), que se trata de una prueba que permite ver qué áreas del cerebro se están activando ante determinados estímulos o acciones.
Lo que se vio fue que cuando los participantes veían la foto de la persona que amaban se iluminaban áreas relacionada con el placer y la recompensa, como la ínsula, la cual parece estar involucrada en la función del darse cuenta de que estamos enamorados de una persona. Quizá, por la conexión de la ínsula con el cerebro, corazón e intestino, esto explique por qué cuando estamos con esa persona tenemos taquicardia, palpitaciones y esa sensación de mariposas en el estómago.
Lo que está claro es que la ciencia cada vez está más cerca de responder la pregunta de si nos enamoramos con el cerebro y no con el corazón.
Quizá a estas alturas nos estemos preguntando: ¿tenemos que resignarnos y aceptar que estamos expuestos a lo que este sistema tan complejo corazón-cerebro nos expone en cuanto a nuestras emociones, o hay algo que podemos hacer?
La ciencia nos abre al conocimiento, y muchas veces nos reeduca en poner atención a técnicas milenarias que hasta hace poco no se podían considerar contrastadas; es el caso del mindfulness, una práctica que se ha investigado seria e intensivamente en los últimos 15 años. Esta técnica nos permite concentrarnos en todo lo que sucede a nuestro alrededor, en las emociones, en las sensaciones y en los mensajes de nuestro cuerpo (aumentando nuestra capacidad interocepceptiva).
Como muestra del efecto que implica la práctica de mindfulness a la hora de relacionarnos con nuestro organismo, citamos un estudio de la Universidad de California que se realizó en un centro de marines en el cual se les entrena y prepara para dar el salto al campo de batalla realizando un simulacro inmersivo con exactas condiciones, ruidos, olores…
La mitad de los grupos seleccionados llevaron a cabo un entrenamiento en atención plena ocho semanas antes de llevar a cabo el simulacro: el curso incluyó instrucción en el aula sobre meditación y ejercicios de tarea, así como capacitación en interocepción.
Los científicos descubrieron que los ritmos cardíacos y respiratorios de quienes habían practicado mindfulness volvieron a sus niveles de referencia normales más rápido que los que no habían recibido el entrenamiento; los niveles en sangre de un neuropéptido revelador sugirieron que los marines entrenados también experimentaron una mejor función inmunológica; y además, las exploraciones de imágenes de resonancia magnética posteriores revelaron que los marines entrenados en atención plena tenían patrones de actividad reducidos en las regiones del cerebro responsables de integrar la reactividad emocional, la cognición y la interocepción.
Así que algo podemos hacer para reducir nuestro estrés. Tal vez tenemos la posibilidad de reducir el impacto de algunas emociones sobre nuestra salud y la relación corazón-cerebro. Y tal vez en el futuro, esto lo dirá la ciencia, hasta se puedan prevenir enfermedades usando este tipo de técnicas.
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