Una crisis de ansiedad se define como la aparición brusca de un miedo o malestar intenso, aparece además acompañado de alguno de los siguientes síntomas:
• Palpitaciones o elevación de la frecuencia cardiaca (taquicardia).
• Sensación de ahogo, con respiración rápida.
• Opresión en el pecho.
• Miedo o pánico. Literalmente, sentirse a morir.
• Sudoración o escalofríos.
• Temblores.
• Náuseas o molestias abdominales.
• Mareo.
• Sensación de irrealidad.
• Sensación de entumecimiento u hormigueo.
La crisis de ansiedad puede estar relacionada con causas físicas como el hipertiroidismo, el consumo de ciertas sustancias, aunque normalmente es un proceso psicológico el que lo desencadena. (Causas de las crisis de ansiedad enlace).
El tratamiento ha de abordarse desde una perspectiva integradora que incluya los métodos más eficaces que ofertan la psicología y la psiquiatría. Partimos de las bases de la terapia cognitivo-conductual e incluimos los últimos avances realizados por otras corrientes como el Mindfullnes, la Gestalt, la terapia de aceptación y compromiso, la hipnosis y el psicoanálisis. Trabajamos de forma grupal o individual con las personas que padecen este trastorno.
Psicólogo y ansiedad es un binomio que cada vez la oímos más, cada vez hace más ruido. Y es que resulta que la ansiedad se ha hecho un hueco inmenso en la población Española, siendo la problemática psicológica más citada por los Españoles, por encima de la depresión, España es el país con más consumo de sedantes de Europa. Lejos de ser el enemigo que imaginamos, la ansiedad resulta ser un poderoso mecanismo de adaptación que ha permitido al ser humano sobrevivir y adaptarse al medio. Ocurre que en ocasiones, lejos de facilitarnos la existencia, nos la dificulta, presentándose invasiva y desagradable, generando pensamientos y síntomas que no somos capaces de gestionar, y que por ende nos envuelve en un círculo vicioso del que no somos capaces de salir solos. Esto no tiene nada de malo, lo de no poder salir solos digo, y debemos empezar a hacernos a la idea. Si doy por hecho que será un traumatólogo quien me ayude en mis problemas de huesos, o un dentista quién me extraiga las muelas del juicio, debo empezar a hacerme a la idea de que hay veces que mi cerebro deberá ponerse en las manos también de un profesional.
La ansiedad forma parte de nuestra existencia, y es que, como si fuese un perro guardián, en situaciones en las que se vea comprometida nuestra integridad cumple una función determinante para nuestra supervivencia, ya que ante una señal o amenaza de peligro, nos ayuda a producir una reacción física y mental que nos ayuda a enfrentarnos y responder. Así, en situaciones no tan extremas, cierto grado de ansiedad es incluso deseable para el manejo normal de las exigencias del día a día (preparar un examen, ir a una entrevista de trabajo, tener que hablar en público, etc.).
El problema comienza cuando sentimos esa misma ansiedad de manera desmesurada, sobrepasando un nivel de intensidad que la hace intolerable o cuando nos dificulta la capacidad para adaptarnos a los hechos de nuestra vida cotidiana, pasando de ser una aliada a considerarlo como una enemiga problemática. Dicho esto, quizás nos estemos preguntando ¿en qué consiste realmente un ataque de ansiedad?, ¿puede llegar a ser peligroso?
La organización de profesionales de la psiquiatría estadounidense más influyente a nivel mundial, la American Psychiatric Association (APA), en su manual DSM – V define los ataques de ansiedad como la aparición súbita de miedo o malestar intenso que alcanza su máxima expresión en cuestión de no más de 10 minutos. Se trata de un trastorno de carácter psicológico que se manifiesta a través de las siguientes reacciones corporales:
Por paradójico que parezca, los ataques de pánico son resultado del miedo. A veces los sucesos estresantes provocan determinadas reacciones, activandose determinadas respuestas, propias de la ansiedad. Como resultado de dicha activación, aparece esa respuesta del estrés, con sus correspondientes síntomas. Si ocurre que interpretamos esos síntomas de forma errónea, y pensamos que algo terrible nos está ocurriendo, en lugar de codificar lo que nos pasa como una respuesta normal de nuestro cuerpo frente al estrés, podriamos entrar en pánico. La angustia que sentimos ante esa misma situación hace que nuestras sensaciones se incrementen, se hagan más intensas. De nuevo las reinterpretamos y nos centramos en esas sensaciones, desencadenándose entonces pensamientos catastrofistas en los que la persona cree estar en peligro, formándose una espiral, una pescadilla que se muerde la cola. La espiral termina cuando la persona cree realmente que la situación está bajo control, o bien cuando el objeto de pánico desaparece.
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