Llevo 17 años padeciendo agorafobia. Me he pasado muchos años esperando, pensando simplemente que el tiempo me echaría una mano y mis miedos se calmarían, porque sí. Parece que mi teoría era equivocada y mis años con mi fobia la confirman. Pero nunca es tarde. Hace aproximadamente un año y medio pedí ayuda psicológica y aunque aún queda mucho por progresar, tengo que reconocer que he estado cómo nunca imaginaba poder estar. He montado en metro y en autobús, en pleno centro de Madrid, algo que era impensable para mí.

Digo que he estado y no que estoy, porque llevo como la mayoría de españoles un mes sin salir de casa, literal. Yo tengo asma, por lo tanto, mi pareja es quien sale a hacer los recados, yo me mantengo en mi “bunker”, esperando que todo esto pase y que nos deje las menos secuelas posibles.

Debes estar fatal” afirman algunos, “qué faena con lo que habías progresado” me dicen también mis familiares. Hay algún amigo que también me dice que a mí esto no debe de estar afectándome “si total tú ya sabes lo que estar meses y meses en casa“.

La verdad es que ninguna de las tres es verdaderamente acertada. No estoy fatal, no creo que esto sea un retroceso en mi proceso y tampoco me da igual no salir de casa. No me da igual, porque como dice mi psicóloga, a veces la puerta está cerrada, pero tú quieres saber que puedes atravesarla cuando quieras. Cuando yo no salía a la calle, yo decidía no hacerlo, ahora es una imposición social, por lo que no es comparable.

Contenidos del artículo

Tengo agorafobia y estoy bien

Pues sí, no me subo por las paredes, ni tengo la ansiedad por las nubes. No tenía muy claro cuál eran los motivos, ya que yo suelo asustarme con facilidad ante los cambios. Pero esta semana, he hecho un ejercicio con mi psicóloga y juntas decidimos que podíamos hacer un artículo con ello y contarle al mundo que no todos los que tenemos un trastorno de ansiedad estamos peor que nunca.

Después de reflexionar, he entendido, o al menos eso creo, cuáles son los motivos para no encontrarme mal, o, mejor dicho, para estar bien, mucho mejor que muchas de las personas que me rodean que nunca han tenido ansiedad.

En primer lugar, estoy acostumbrada a lidiar con la incertidumbre.

Cuando tienes ansiedad, mañana siempre preocupa. ¿Qué pasará? ¿Y si no lo puedo soportar? ¿Y si no soy capaz de ir por el miedo que me entra en el último segundo? En mi año y medio de tratamiento me he entrenado para tolerar la incertidumbre. Sé que hay preguntas que aún voy a hacerme y sé lidiar con ello. Ya no me peleo por tener todas las respuestas, porque efectivamente, no tengo ni idea de cómo me voy a encontrar mañana y ya no me peleo por buscar respuestas que simplemente no existen. Ahora la gente no para de frustrarse ante la ausencia de preguntas. Claro que a mí también me intriga que pasará cuando se levante el confinamiento o de vez en cuando me pregunto si yo seré esa parte de la población que el coronavirus no va a llevar al hospital. Pero ahora sé que contestarme: no lo sé. Y he aprendido a vivir sin respuestas.

También he tenido, casi por obligación que aprender a llevarme bien con la paciencia.

Cuando uno está pasándolo mal, quiere dejar de sufrir y lo quiere ya. Y no, a veces por mucho que uno lo quiera o desee con todas sus fuerzas, la paz no llega. Debe ser porque hay cosas que uno tiene que aprender y experimentar y que en la vida no vale solo con querer algo. Yo ya sé lo que es saber, que mientras doy todo de mí, también tiene que pasar el tiempo.

Llevo un año y medio aprendiendo a identificar mis emociones y a entender que me hace sentirme así.

Digamos que voy sabiendo estar a solas conmigo misma, aunque a veces me siga costando. Antes simplemente estaba mal, o estaba ansiosa y ya está. Cerraba los ojos y rogaba que todo se me pasase lo antes posible, pero no salía de ahí. Ese era mi circulo vicioso. Es gratificante, poder estar contigo y encontrarte un sentido. Las cosas ya no son porque sí. Si quiero sentirme de otra manera, también tendré que empezar a hacer cosas nuevas. Eso me da control y tengo la sensación de que mi vida depende más de mi de lo que yo pensaba.

Estoy acostumbrada a los pensamientos de muerte y enfermedad.

A muchos, cuando la ansiedad nos ataca, nos da por pensar que vamos a morirnos en cualquier momento. He pasado muchas horas de terapia hablando a cerca de la muerte y creo que eso me ha preparado para afrontar mejor un momento, que si por algo se caracteriza es por el fallecimiento de miles de seres humanos.

Y, por último, por supuesto, yo ya se lo que es tener mucha ansiedad.

Esto no me viene de nuevas, cómo imagino que a muchos les está pasando. ¿Significa que no me asusto cuando me pasa? Pues no, todavía busco a mi marido para que me consuele cuando me pasa algo así. Pero ya he superado la fase de creer que me estoy muriendo o de necesitar que esto se vaya inmediatamente.

¿Creo que voy a recaer? ¿Creo que esto me hará retroceder diez pasos para detrás?

No lo sé. Y con esa incertidumbre vivo, con la paciencia de que solo el tiempo me lo hará saber. Observando mientras como me siento y cuidándome hoy, que es lo único que tengo.

Tengo agorafobia, estoy confinada y estoy bien. ¡No todo son malas noticias!

¡NUESTRO NUEVO LIBRO YA A LA VENTA!