“¡Bienvenidos todos a la agorafobia forzada!” – escribí a mi terapeuta a la vez que enlazaba la noticia del Real Decreto del Gobierno que contemplaba las restricciones de movimiento para los ciudadanos españoles por el coronavirus. Fue mi primera reacción como paciente de agorafobia que lleva 10 años luchando contra este desconocido problema: “quizá ahora podáis entender todos lo que se siente, desde dentro”.

Ahora que han pasado unos días me doy cuenta de que mis palabras, aunque dichas desde el humor, encerraban una idea clave: el cierto desconocimiento que aún hoy sigue presente en la sociedad, e incluso en nuestro entorno cercano, que nos hace sentir incomprendidos, abandonados y solos, algo así como “bichos raros” de la sociedad, sentimientos que creo que sólo la gran mayoría de personas que sufren este problema compartirán conmigo… hasta ahora. Porque a día de hoy, las reglas del juego han cambiado: ahora estamos todos en la misma casilla de salida; ninguno de nosotros podemos salir de casa libremente.

Alguien muy querido para mí me dice – “Tú nos llevas años de ventaja, llevas 10 años preparándote para esto. ¡Nosotros queremos salir!” – “¡Y yo!” – le respondo. Y todos los que tenemos agorafobia. Queremos salir pero no podemos. Por miedo al propio miedo. Que nadie se confunda, la agorafobia no se elige, no se “contagia” por estar muchos días en casa sin salir; nos la autoimponemos nosotros, sin darnos cuenta, porque el miedo nos conduce a ella, nos vence.

Coronavirus vs agorafobia

¿En qué se parece la agorafobia al confinamiento impuesto? En la incertidumbre. A día de hoy, como decía, no se sabe cuánto durará esta crisis ni el confinamiento. Observo que mis personas más allegadas están tolerando mal esta incertidumbre y, aunque no soy muy activo en redes sociales, se puede percibir el clima de ansiedad en todas partes.

¿Y qué me ha enseñado, entre otras cosas, la agorafobia? A convivir con la incertidumbre. Y aquí es donde creo que podemos aprender todos de las personas que, como yo, tenemos agorafobia. La agorafobia, a pesar del enorme malestar que trae consigo, nos enseña a vivir el día a día y, en cierto modo, a relativizar y a pintar de color realista los negros problemas del futuro –aunque cuesta verlo así en un primer momento-. No pretendo dotar a la agorafobia de una pátina de súper poder que me destaca del resto en tiempos de crisis, al contrario, es un problema muy serio que me incapacita enormemente pero, a cambio, me ha “entrenado” para tener paciencia, para darme cuenta de que todo esto es pasajero, que no todo lo que se dice es cierto, que cada noticia es contrastable o desmentible, cada opinión sesgada u objetiva, en definitiva, para dotar a mis pensamientos de cierta base empírica y despegarlos del miedo y la ansiedad, en la medida de lo posible.

Ahora bien, ¿en qué se diferencia de un confinamiento impuesto por Real Decreto?: En una sola palabra: Futuro. Cuando todo esto acabe (tras 15 días, 1 mes, 2 meses…), la gran mayoría de las personas volverán, con mayor o menor dificultad, a una vida normal, con la libertad de movimientos que todos tenían antes del confinamiento. Cuando todo esto acabe, yo, como muchos pacientes de agorafobia, tendré que seguir viviendo con una restricción de movimientos impuesta no por Real Decreto, sino por mi propio miedo, y la lucha seguirá como ocurre desde hace 10 años. Porque, como suelo decir, seguiré viviendo en mi jaula de oro. Pero no me desanimo, todo lo contrario: sé que, al igual que ocurrirá con esta situación de crisis por el coronavirus, también saldré de ésta. Pero, ojalá, con más empatía y comprensión por parte de todos.

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