La envidia es un emoción cuyo significado deriva de la palabra latina “invidia” que significa la consideración de algo con malicia, más concretamente, el descontento con (o deseo de) las posesiones de otro (Bryson, 1977).

Según el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española la envidia es la “tristeza o pesar del bien ajeno”, así como “emulación, deseo de algo que no se posee”.

Se trata de una emoción secundaria o autoconsciente, es decir, que aparece cuando surge el sentido de uno mismo, alrededor de los tres años de edad; junto con otras emociones como el orgullo, la culpa o la vergüenza.

Las emociones autoconscientes necesitan, además de la autopercepción como individuo, la enseñanza de un adulto acerca de cuándo y cómo sentirlas. Están asociadas a la autoevaluación y tienen una función eminentemente social, pues representan y mantienen los valores dentro del contexto social.

Desde una perspectiva psicoanalítica se entiende que las diversas modalidades de envidia suelen funcionar como un eco de los sentimientos de inferioridad, vulnerabilidad y rivalidad sufridos desde el primer momento del desarrollo psicológico durante la infancia, con las figuras más relevantes (generalmente los padres y hermanos), dándonos todas ellas más información acerca de los sentimientos de inseguridad del envidioso que de la personalidad del envidiado.

Teorías de la psicología evolutiva y social defienden que la envidia, de forma natural, nos motiva a disminuir la ventaja de los demás.

Numerosas cualidades en otras personas pueden hacernos sentir envidia: el talento, la juventud, la belleza, las posesiones, etc. Generalmente, aquello de lo que creemos carecer y anhelamos con ansia. Nos comparamos socialmente, siendo los demás el criterio a la hora de valorar nuestras capacidades.

Es normal y natural sentir esta emoción, pero, como con todas, es necesario aprender a gestionarla para que no produzca dificultades a la hora de relacionarse con los demás y disfrutar de la vida. La forma más conflictiva de envidia es, sin duda, aquélla que se dirige hacia las personas que amamos; ésta suele reprimirse a nivel inconsciente ya que amenaza con destruir nuestras mejores representaciones y nuestros sentimientos amorosos.

La valoración moral de la envidia suele ser una de las más peyorativas, hasta el punto de que es difícil admitir padecerla, ya no sólo porque implicaría asumir que se codicia lo que tienen los demás y se desea su mala suerte; sino también cierta inferioridad respecto a la persona que posee lo que se anhela.

Por ello, una de las formas de envidia más aceptadas socialmente es la denominada “envidia sana”, con la que se hace referencia al deseo de poseer lo ajeno; sin que eso implique pretender despojar al otro de lo que se codicia, ni desearle mal alguno.

En realidad, y teniendo en cuenta que este sentimiento carece de los elementos básicos que definen a la envidia como emoción (hedónicamente desagradable y caracterizada por una intensa animadversión hacia quien posee el objeto del deseo), encontramos que puede ser, en todo caso, la determinación de superarse o la admiración hacia el otro, pero en modo alguno envidia.

La envidia suele estar acompañada de emociones como la ira y la culpa, así como de un sentimiento de infelicidad; que en conjunto favorecen la aparición de reacciones de hostilidad y algunos sesgos cognitivos. Proviene de una insatisfacción (motivada por la inmadurez, la frustración, o la represión) que genera mucho rencor hacia otras personas.

Su aceptación pasa por aceptar nuestras carencias, facultades y deseos y darles curso, en lugar de odiar a quienes reflejan nuestras privaciones. Luchar por nuestros anhelos en vez de pretender eliminar la competencia.

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Un estudio realizado en 2012 en la Universidad de Leiden (Holanda) arrojó resultados que relacionaban la baja autoestima con la posibilidad de sentir alegría, y no compasión, cuando a otros les va mal. El término alemán Schadenfreude (schaden=daño, freude= gozo, felicidad) designa precisamente este placer casi prohibido de desear el mal al prójimo y alegrarse por su desgracia. Schadenfreude es un sentimiento complejo, que mezcla la envidia con la venganza y la crueldad.

En un estudio llevado a cabo por el Departamento de Neuroimagen Molecular del Instituto Nacional de Ciencias Radiológicas de Japón, publicado en la revista Science (Takakashi, 2009), se halló que este tipo de envidia puede producir placer debido a que el hipotálamo (una estructura cerebral ubicada en el sistema límbico; parte del cerebro encargada, entre otras funciones, de regular la emoción),  libera, en ese momento, oxitocina y dopamina (neurotransmisores que intervenen en la sinapsis cerebral, es decir, en el paso de información entre neuronas).

Encontraron, mediante resonancias magnéticas funcionales, que cuando vemos triunfar a alguien a quien envidiamos, nuestro cerebro libera oxitocina (la llamada hormona del amor o de la vinculación, que en este caso genera sentimientos contrarios); mientras que al observar que a esa misma persona le va mal, nuestro cerebro libera dopamina en el mismo sistema donde sentimos el placer: el sistema de recompensa.

De acuerdo con otras investigaciones, este placer por el dolor ajeno se desarrolla, como decíamos, a muy corta edad, desde los dos años; lo que podría explicar ciertos comportamientos entre hermanos, que se podrían entender desde la búsqueda de recompensa por parte de los padres (aprobación y preferencia frente al otro).

Otro factor posiblemente relacionado con Schadenfreude es la percepción de las diferencias e injusticias sociales. Cuando sentimos que nuestro trabajo no ha sido valorado, o que otro ha obtenido recompensas sin merecerlas, verle fallar en algo puede causar cierta alegría.

Autores como Richard Smith argumentan que todos hemos experimentado alguna vez Schadenfraude y que, de hecho, se trata de un sentimiento saludable que permite experimentar un alivio del estrés. Sea como sea, la mejor muestra de adaptación y evolución humana es, una vez legitimadas, aprender a regular y gestionar nuestras emociones para que no supongan un obstáculo en nuestro desarrollo personal.

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