Hacía las exposiciones que me mandaban. Con mucho miedo y con la sensación de no estar avanzando nada. Estaba deseando que se terminara la exposición y aunque hiciera un día y otro lo mismo no llegué a sentir que controlaba la situación. Las vivía como una amenaza y se me activaban todos los circuitos. Y, cuando terminaban, lejos de sentirme bien por haberlo conseguido, me sentía fatal por lo que me había costado conseguirlo. Decidí dejar esta terapia el día que me planteó el terapeuta que o iba sola a la consulta o no tenía sentido que siguiera yendo. Y yo le dije que si pudiera ir sola es cuando no tendría sentido que fuera.

Varias son las actitudes que impiden que en las exposiciones se de este nuevo aprendizaje:

• Algunas personas no se apropian de las exposiciones. Las exposiciones no son elegidas por ellas, sino que son una especie de tarea que tienen que presentar como completada una vez a la semana. No le encuentran un sentido a todo ello, ni motivación para seguir haciéndolo, porque no han convertido este ejercicio en algo suyo, sino que ha terminado convirtiéndose en una tarea de niños buenos o malos. Es como una práctica sadomasoquista que no tiene sentido. Como si les dijeses: ¿Ah que tienes agorafobia? Pues no te preocupes, tu todos los días te coges unas tenazas y te arrancas las uñas. Si, si ya sé que duele, pero vas a ver cómo te curas.

Si no persiguen un objetivo y una ilusión, aparece la resistencia de seguir adelante, seguida de la tristeza. Acabo por pensar que mis salidas no valen de nada y que no lo conseguiré. Distinguir síntomas agorafóbicos de sentimientos comunes (pereza, cansancio, aburrimiento, etc.) no es nada fácil y bastante latoso. Y aun cuando detecto que es un síntoma, el vértigo y la incertidumbre de saber si lo sabré manejar. También ocupa gran espacio la soledad, la resistencia a hacer las cosas sola porque asocio soledad con desprotección absoluta en medio hostil. La pregunta que me machaca es, incluso asumiendo la agorafobia, “¿volveré a poder ser yo y sentirme en un entorno cómodo y a gusto o lo que toca es sobrevivir en un mundo hostil?” Por eso recurro a los acompañantes, pero estos ya no me sirven, me he vuelto dependiente.

• Otras personas tocan pared y se van del sitio. Si tocas pared y huyes, solo habrás entrenado la angustia, pero en realidad no habrás aprendido nada. O aun peor, te servirá de excusa para seguir corroborando tus teorías predictivas. Hay gente que se va del sitio con más ansiedad de la que se habían ido, y con la sensación de que menos mal que se escaparon. Y luego, lo único que pueden repetirse a sí mismas es que es horrible. Como esta famosa frase que se escucha tanto: “No si, ya sé que hay que exponerse… ¡pero hay que ver lo mal que se pasa! ¿Por qué se pasa tan mal?.

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• Algunas personas no saben hacer un buen balance de lo ocurrido. Si consiguen el objetivo que tenían marcado, en seguida se desvalorizan y se dicen: eso lo puede hacer hasta un niño de 4 años. Yo siempre les digo que para ser justos, ese niño además de tener 4 años, debería de tener agorafobia. Por otro lado si no consiguen el objetivo, se dicen que para que lo han intentado, porque: ¿no ves que lo paso mal y siempre lo pasare mal? También pueden decirse que los días buenos van a cualquier parte, pero los días malos no, ya que esos días no pueden ni moverse.

O sea, que lo que estamos diciendo hay es que hay días que la agorafobia es más grande que otra, o días que tengo más suerte que otros, así que si ese día me ha tocado la china…¿Qué voy a hacer yo?

• No olvidemos a las personas que siguen un tratamiento para decir que siguen un tratamiento. Así pueden justificarse delante de sus padres, o de su pareja, y decir: ¿Qué quieres que haga más, no ves que voy al psicólogo? No recuerdo que terapeuta, ponía en su puerta: “Con venir aquí no basta”.

• Es posible que durante la práctica se hayan tomado ansiolíticos para reducir la ansiedad, y también existe la posibilidad de que se haya usado el alcohol como relajante. El uso de ambas sustancias, así como el de cualquier otra droga, eliminan la percepción de autoeficacia.

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