Depender de los otros puede ser un problema realmente. A pesar de que nos reconocemos como seres dependientes, la excesiva necesidad de los otros puede resultar ser un problema.

Artemisia que vivió en el siglo IV a. C., hija del rey Hecatomnos de Caria, se casó con su hermano Mausolo. Cuenta la historia que al morir éste, Artemisia llamó a los más famosos oradores griegos para que pronunciaran alabanzas en su honor, y mandó construir en su capital un monumento funerario que tenía por objetivo lograr que Mausolo fuera recordado como el rey más amado de la Historia. Situado en lo que hoy es Bodrum, Turquía, sería conocido como el Mausoleo de Halicarnaso, y considerado como una de las Siete Maravillas del Mundo Antiguo. Construido en mármol blanco, el opulento edificio tuvo 117 columnas jónicas y su altura era de más de 50 metros.

No sólo esos esfuerzos fueron prueba de su pasión, sino que Artemisia había amado tanto a su esposo que una vez fallecido y como acto de entrega máxima, para llenar los sentimientos de desamparo y vacío, en vez de enterrar las cenizas de Mausolo, decidió mezclarlas y diluirlas en licor que poco a poco tragaría cada noche. Se dice que ante cada ingesta Artemisia experimentaba un placer voluptuoso que asemejaba al éxtasis coital.

Finalmente y pese a sus esfuerzos, nunca llegó a recuperarse de la pena que le produjo la pérdida de Mausolo, y cuentan que la invencible tristeza que siempre la embargaba fue a su vez la causa de su propia muerte. No pudo ver el Mausoleo acabado y murió consumida de pena en el 351 a. C., apenas dos años después de morir su marido y con las obras en sus inicios.

Ahora que conocemos la antigua historia de Artemisia, merecería la pena que nos preguntásemos, ¿me he sentido alguna vez como ella, ensalzando mi amor por otra persona? ¿en alguna ocasión he creído necesitar o dependido de alguien y he acabado perjudicando a los que quiero o incluso a mí mismo? Hablamos primeramente del por qué para vivir nuestras propias aventuras en ocasiones sentimos la necesidad de depender de otros, al no creernos capaces de poder hacerlo nosotros solos.

Tomar este lugar de partida no se forja de la noche a la mañana, sino que debemos tener en cuenta factores que parece que nos han conducido, sin haberlo planeado, al terreno de la dependencia emocional. Aspectos como la ausencia de una educación basada en la enseñanza del desarrollo de autonomía personal, la forma en la que se relacionaban mis figuras de referencia entre sí y con el resto de sus coetáneos, de lo que hemos asimilado de ellas, comentarios que nos han y hemos venido diciéndonos a nosotros mismos de lo que somos o no somos desde que tenemos uso de razón hasta ahora, esas etiquetas que desde niños nos colgaron y ahora de adultos hemos hecho nuestras, de forma casi inamovible, suponen una serie de influencias importantes en lo que se refiere a nuestra forma de ser, querer, necesitar y plantearnos en el mundo.

Quizás de pequeños hayamos sentido una gran carencia afectiva, y hayamos aprendido a que es mucho mejor depender de los otros que solos, quizás pasamos por experiencias en la que teníamos que cuidar a alguno de nuestros padres, girando nuestras preocupaciones en torno a ellos, posiblemente aprendimos a que nuestro criterio o decisiones no tenían demasiada validez si no se consultaba previamente y quedaba aprobado por mamá o papá, ¿sentimos la necesidad de tener a alguien cercano al que admirar?

Si bien es cierto que los seres humanos somos animales sociales, y que necesitamos de los otros para conformar nuestra identidad personal y social, la convivencia en sociedad y el hecho de desear relacionarnos con los otros no implica tal nivel de conflictividad interna en la conformación de la vida del individuo como lo supone la dependencia emocional. Experimentar amor por alguien es una experiencia deseada por muchos, virtuosa para casi todos, un arte personal y social que reconforta; pero la dinámica se torna diferente cuando hablamos de una especie de adicción al amor, de un problema que se desarrolla en base a sentimientos principalmente de vacío, inseguridad y baja autoestima de la persona. La persona con dependencia emocional, que depende de los otros, experimenta íntima e intensamente un tipo de carencia afectiva que siente que tiene que rellenar con alguien externo a sí, haciendo todo lo posible por cubrir esa necesidad que termina siendo cronificada por ella misma. Este tipo de dependencia normalmente es explicada dentro del marco de una pareja, aunque no podemos obviar que en ausencia de ésta, la persona puede centrar la cobertura de sus necesidades en otras figuras relacionales, como en alguno de sus progenitores o amistades.

 

Características de una persona con dependencia emocional:

  • Sentimientos de vacío
  • Baja autoestima
  • Necesidad excesiva de agradar y de aprobación de los demás
  • Idealizar de forma exagerada ciertas personas con una personalidad marcada y dominante
  • Necesidad de conformar una pareja, viviendo por y para el amor
  • Incapacidad para romper ataduras
  • Miedo intenso al abandono

Bajo estas tendencias, y a diferencia de otro tipo de idilios amorosos saludables, las relaciones que establece un persona con dependencia emocional son siempre asimétricas en donde ellos asumen una posición subordinada frente a la pareja, la cual se muestra más bien egoísta, egocéntrica, desconsiderada y posesiva, aceptando esta entrega y sumisión incondicionales del otro con mucho agrado.

Se vive por y para la pareja, dejando de lado su propia identidad, por lo que supone también la pérdida del control de sus propias emociones y necesidades. Uno decide descuidar o abandonar su esencia para centrarse por completo en la del otro, con tal de que se sienta completo, alimentando la fantasía de que quizás, de esa manera, nos quiera aún más y así se pueda llenar el vacío afectivo que se experimenta. La sensación es que se atenúa, pero nunca es suficiente, uno vive enganchado como si de una sustancia se tratase, experimentando una necesidad que nunca se sacia.

Además, el estado de ánimo de la persona con dependencia emocional está sujeto al transcurso de la relación, necesitando acceder continuamente a su pareja, siendo un factor ideal y buscado el sentir exclusividad. Necesitan sentir la aprobación de los demás, generando demandas más o menos explícitas de afecto, por lo que se suelen suceder contactos muy frecuentes y a veces inapropiados como llamadas telefónicas continuas mientras la pareja está trabajando. De tal forma que la naturaleza de la relación termina siendo una vinculación autodestructiva, ansiosa, mixtificada, frustrante, manipuladora, obsesiva, complaciente, reiterativa, idealizada y dañina.

Si la situación se mantiene en el tiempo, los roles de cada uno suelen ir acentuándose en la dinámica, el compañero o compañera conduce al dependiente a una continua y progresiva degradación, mientras que éste, si tiene una dependencia emocional grave, aceptará burlas, menosprecios, humillaciones, infidelidades, e incluso agresiones psicológicas y/o físicas. Pese a ello el afectado, que llega a reconocer el maltrato, no rompe con la relación por el miedo intenso a la soledad y al abandono; siendo capaz de pedir perdón incluso por cosas que no ha hecho.

 

Si finalmente se sucede la ruptura de la relación, el hecho les supone un auténtico trauma. Quizá porque sientan que se repite el patrón afectivo de las personas de referencia en su crianza, en donde experimentaron que no fueron queridos o valorados sin dejar de estar vinculados a ellas por este motivo; sumando esto a que presentan baja autoestima, ante una ruptura, estas personas suelen mostrarse carentes de asertividad o respeto por sí mismos, con un estado de ánimo disfórico o sin fuerzas para afrontar sus circunstancias, y tendentes a preocuparse en todo momento, su expresión facial, corporal y su humor denotan una inmensa tristeza. Ante la amenaza de ruptura o dándose la misma, el dependiente en su forma más grave puede que no se libere del apego establecido hacia la otra persona, llegando a agobiar, perseguir, insultar y amenazar o chantajear a su pareja o expareja para que vuelva con ella.

En general esta dinámica de amor unida al sufrimiento no suele ser cosa de una única relación en la vida de la persona, sino que más bien en numerosas ocasiones se presenta como un patrón estable. El que depende de los otros no dirige sus demandas hacia cualquier persona, sino que se fija en determinadas características que tiene idealizadas, que les resultan atractivas, repitiendo muy posiblemente experiencias con las parejas venideras, dado que es mayor el temor a la soledad que la conciencia de estar acompañado a la fuerza.

Siendo el amor el arquetipo sentimental por antonomasia, los mitos sobre la idealización del amor romántico, los arrobamientos emocionales y apasionamientos varios, son parte de la creencia popular, que suele ensalzar muchas veces esta versión del amor. En la literatura y los patrones socioculturales colectivos abundan los mitos románticos (mitos de la equivalencia, la media naranja, la exclusividad, la perdurabilidad, la omnipotencia, la fidelidad, etc.) y paradojas varias (deseo frente a posesión, pasión frente a convivencia, idealización frente a realidad, compromiso frente a independencia y fidelidad frente a novedad) (Yela, Jiménez Burillo y Sangrador, 2003) vinculadas a la propia representación social del amor -y por extensión de las emociones-.

Lo que suele olvidársenos es que uno tiene la capacidad de cambiar, de darse cuenta de que está viviendo este tipo de situaciones y emociones, que lejos de beneficiar nos perjudican, y que podemos trabajar activamente para modificar nuestros comportamientos y por ende cambiar nuestras emociones; vivir una relación en la que las dos personas se amen, se respeten, y se acompañen sin que sea necesario la pérdida de la identidad de alguna de las partes. De toda experiencia podemos sacar un aprendizaje; arriesguemos por tanto a desempeñar otros roles desconocidos para nosotros, en los que no importe no agradar tanto, a creernos merecedores de afecto, abandonando la desconfianza en nuestras capacidades, demostrándonos a notros mismos que somos capaces de sobrellevar la soledad, rebuscando en nuestros gustos y aficiones, disfrutando de nuestra propia compañía. Soltar el control, centrándose en otros ámbitos personales que no sea la importancia de estar acompañados quizás nos reste ira, frustración y sensaciones angustiosas de vacío, para abrirnos a nuevas perspectivas y objetivos vitales. Intenta conocer a tu pareja más que estar con ella para que te dé lo que crees que necesitas, acéptala como es o, si no te completa, ten en cuenta que siempre te tendrás a ti mismo. Atrévete a ser libre, porque desde ese momento podrás emprender el re-aprendizaje y la vivencia de nuevas experiencias y emociones, nuevos horizontes. Porque en el fondo, amar es un arte desconocido.

 

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