¿Que es la indefensión aprendida?

Es probable que alguna vez hayas oído hablar de este concepto pero aún te preguntes qué es exactamente la indefensión aprendida. Vamos a explorar este fenómeno y sus implicaciones en nuestro día a día.

La indefensión aprendida es una conducta disfuncional que afecta a la vida diaria de muchas personas y que en muchas ocasiones, requiere ayuda profesional para erradicarla, ya que suele ser una creencia limitante que lastra el desarrollo personal y la autoestima.

Se trata de un concepto descubierto por Martin Seligman, un famoso psicólogo e investigador, mientras estudiaba el comportamiento canino.

En un experimento diseñado como variación del famoso condicionamiento clásico de Pavlov, colocó dos perros dentro de sendas jaulas en las que recibían descargas eléctricas sin señal previa ni motivo aparente.

Sólo uno de ellos tenía la opción de parar la descarga con un movimiento. Este se mantuvo alerta durante el procedimiento y paraba la energía cada vez más rápido. El segundo, presa del miedo y la ansiedad, cayó en una depresión. Mostró una actitud de completa resignación incluso cuando modificaron las condiciones y tenía la posibilidad de escapar de la descarga.

Seligman comenzó a darle forma a la teoría de la indefensión aprendida atribuyendo a este comportamiento el aprendizaje que había interiorizado el perro durante la primera parte del experimento: que el dolor ocurría al azar y además (y esta era la diferencia con el primero) era inevitable, ya que escapar de él no dependía de sus recursos.

Es decir, no existía una contingencia entre sus acciones y el resultado. Para el animal, el daño se había tornado ineludible y por lo tanto, se resignó a sufrirlo.

Watson y Ramey estudiaron la indefensión aprendida en seres humanos encontrando los mismos resultados. Se demostró que este patrón de comportamiento es característico de personas sumidas en un estado de impotencia y depresión tras haber estado expuestas a castigos o daños aparentemente aleatorios e inevitables, habiendo tratado de escapar mediante acciones no exitosas.

El término “aparentemente” aquí resulta clave, pues no hay una situación específica que genere la indefensión: muchas personas pueden experimentar la misma situación adversa, incluso de manera grupal (remontémonos por ejemplo a la Segunda Guerra Mundial y los campos de concentración nazi…) y sin embargo reaccionar de manera diferente ante ella.

Es posible que, ahora que ya sabes en qué consiste la indefensión aprendida, comiences a identificar este comportamiento en gente de tu alrededor o incluso en ti, en algún momento de tu vida. Cuando una persona muestra indefensión se evidencia por déficits en cuatro niveles, que, al estar basados en una interpretación del control como elemento externo, suelen terminar dando paso a trastornos de ansiedad y depresión:

  • Emocional: el miedo se ancla de manera permanente sin posibilidad de dar paso a la rabia que permitiría la defensa.
  • Cognitivo: aparecen pensamientos de derrota, la persona se siente incapaz de encontrar soluciones al problema y posteriormente cree que “debe ser así y no hay nada que hacer”.
  • Fisiológico: al encontrarnos en una situación de peligro nuestro sistema nervioso activa la rama simpática, la de la activación, para permitir una respuesta adaptativa. Cuando el estado de activación se mantiene durante mucho tiempo sin éxito, entra en escena la rama contraria, la parasimpática, que permite la desactivación fisiológica. En otras situaciones esta rama del sistema nervioso permitiría la relajación, pero en este caso se corresponde con un bloqueo en la respuesta que resulta contraproducente en una situación adversa.
  • Conductual: dado todo lo anterior, aparece un retraso de la respuesta voluntaria hasta que poco a poco se extingue la conducta de lucha o huída. La persona se congela o bloquea y ya no busca alternativas de solución de manera espontánea.

La indefensión aprendida suele estar muy presente en personas criadas bajo un régimen muy autoritario, caracterizado por el castigo y bajas recompensas. Si desde pequeños nos han tratado de esta manera en casa o en la escuela, o si hemos sido víctimas de actos de violencia física o psicológica, es más probable que en la etapa adulta no nos defendamos ante las dificultades o agresiones y sólo sepamos protegernos desde la depresión y la desesperanza.

Tras los primeros estudios acerca de este fenómeno, comenzó a considerarse clave la influencia de la interpretación y la percepción que cada individuo tiene de su vivencia, tanto en el desarrollo de la indefensión aprendida como en la forma de afrontarla.

Esta reformulación se denomina Teoría Atribucional, y Seligman concretó que nuestro carácter optimista o pesimista dependerá de estas interpretaciones en el sentido de la duración que le damos al impacto del suceso, a las consecuencias del mismo y al grado de responsabilidad que nos atribuimos.

En consecuencia, no bastará con tomar la decisión de romper con el ciclo negativo, sino que será importante desaprender la forma en que se procesan las situaciones difíciles o dolorosas.

Ya que cualquier comportamiento aprendido puede ser modificado, deberemos aprender estrategias alternativas que nos ayuden, poco a poco, a resolver los conflictos y a sentirnos capaces de responder de una manera más adaptativa y beneficiosa ante las situaciones aversivas; entendiendo que somos nosotros quienes lograremos dichos cambios con nuestro esfuerzo y, sobre todo, que el control está en nosotros mismos y no en el ambiente.

Te invito a leer este relato de Jorge Bucay, que refleja con mucho acierto el significado de la indefensión aprendida:

 

EL ELEFANTE ENCADENADO

Cuando yo era pequeño me encantaban los circos, y lo que más me gustaba de los circos eran los animales. Me llamaba especialmente la atención el elefante que, como más tarde supe, era también el animal preferido por otros niños.

Durante la función, la enorme bestia hacía gala de un peso, un tamaño y una fuerza descomunales… pero después de su actuación y hasta poco antes de volver al escenario, el elefante siempre permanecía atado a una pequeña estaca clavada en el suelo con una cadena que aprisionaba una de sus patas.

Sin embargo, la estaca era sólo un minúsculo pedazo de madera apenas enterrado unos centímetros en el suelo. Y, aunque la cadena era gruesa y poderosa, me parecía obvio que un animal capaz de arrancar un árbol de cuajo con su fuerza, podría liberarse con facilidad de la estaca y huir.

El misterio sigue pareciéndome evidente. ¿Qué lo sujeta entonces? ¿Por qué no huye?

Cuando tenía cinco o seis años, yo todavía confiaba en la sabiduría de los mayores. Pregunté entonces a un maestro, un padre o un tío por el misterio del elefante. Alguno de ellos me explicó que el elefante no se escapaba porque estaba amaestrado.

Hice entonces la pregunta obvia: «Si está amaestrado, ¿por qué lo encadenan?». No recuerdo haber recibido ninguna respuesta coherente. Con el tiempo, olvidé el misterio del elefante y la estaca, y sólo lo recordaba cuando me encontraba con otros que también se habían hecho esa pregunta alguna vez.

Hace algunos años, descubrí que, por suerte para mí, alguien había sido lo suficientemente sabio como para encontrar la respuesta: El elefante del circo no escapa porque ha estado atado a una estaca parecida desde que era muy, muy pequeño.

Cerré los ojos e imaginé al indefenso elefante recién nacido sujeto a la estaca. Estoy seguro de que, en aquel momento, el elefantito empujó, tiró y sudó tratando de soltarse. Y, a pesar de sus esfuerzos, no lo consiguió, porque aquella estaca era demasiado dura para él. Imaginé que se dormía agotado y que al día siguiente lo volvía a intentar, y al otro día, y al otro… Hasta que, un día, un día terrible para su historia, el animal aceptó su impotencia y se resignó a su destino.

Ese elefante enorme y poderoso que vemos en el circo no escapa porque, pobre, cree que no puede. Tiene grabado el recuerdo de la impotencia que sintió poco después de nacer. Y lo peor es que jamás se ha vuelto a cuestionar seriamente ese recuerdo. Jamás, jamás intentó volver a poner a prueba su fuerza…

Todos somos un poco como el elefante del circo: vamos por el mundo atados a cientos de estacas que nos restan libertad. Vivimos pensando que «no podemos» hacer montones de cosas, simplemente porque una vez, hace tiempo, cuando éramos pequeños, lo intentamos y no lo conseguimos. Hicimos entonces lo mismo que el elefante, y grabamos en nuestra memoria este mensaje: “No puedo, no puedo y nunca podré”.

 

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