Jorge VI era tartamudo, como lo fue Claudio, el emperador que se escondió tras una cortina para evitar ser nombrado emperador. Como lo fueron Cervantes, que escribiría: “que será forzoso valerme por mi pico que, aunque tartamudo, no lo será para decir verdades”, o Demóstenes, que se colocaba guijarros en la boca mientras declamaba.

En 1939 Alemania declaraba la guerra a Inglaterra después del desastre de Polonia. Los ingleses se planteaban una lucha sin cuartel a ultranza por tierra, mar y aire. Y un rey que tuvo que encontrar su voz resultó ser uno de los símbolos de dicha resistencia.

Jorge VI nunca quiso ser rey de Inglaterra. Aunque nació rodeado de privilegios y se crió como un miembro más de los Windsor, durante toda su vida trató de evitar el trono, y cada vez que intentaba hablar en público las palabras se le atoraban en la garganta. La noche en que su hermano Eduardo VIII le dijo que iba a abdicar para casarse con su amante Wallis Simpson y que, por lo tanto, le correspondía a él asumir el cargo, rompió en llanto “como un niño pequeño”, según escribió en su diario. Sabía que no existía otro destino más cruel ni desafortunado para un monarca que el de no poder dirigirse a su pueblo.

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El destino nos suele escoger cuando no estamos preparárados, y cuando esperamos que algún día lo estaremos para hacerle frente. Pero así es la vida de los hombres, esperamos que algo suceda cuando lo que está sucediendo es la vida que pasa incesante como un tren, y encontramos las respuestas cuando nos cambian las preguntas.

El rey sin voz tuvo que encontrarla, y de paso, tuvo que encontrarse a sí mismo, y enfrentarse a las desconfianza de un padre que nunca creyó en el, y a las expectativas frustradas de un pueblo que esperaba a otro, pero que se encontró a un sustituto…, el único que tenían.

Por segunda vez en la vida de la mayoría de nosotros estamos en guerra. Una y otra vez hemos tratado de encontrar una salida pacífica de las diferencias entre nosotros y los que ahora son nuestros enemigos. Pero ha sido en vano. Nos han forzado a un conflicto. Hemos sido llamados, con nuestros aliados, para afrontar el desafío de un principio, que, si tuviera que prevalecer, sería fatal para cualquier orden civilizado en el mundo.

Este es parte del inspirador discurso del Rey que ayudó a devolver la confianza a una nación asustada, y resistieron en las plazas, en el aire y en el mar, con la sangre, el sudor y las lágrimas que vaticinó Churchill. El rey que encaró su destino y el de todos los ingleses.

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