Uno de los escollos terapeuticos en el trabajo diario con nuestros pacientes es el de aprender a manejar culpa y ansiedad.

La Real Academia de La Lengua define culpa como: “Acción u omisión que provoca un sentimiento de responsabilidad por un daño causado”.

Me gusta esta definición. Acorde a mi parecer a lo que sentimos cuando nos vemos envueltos en problemas que consideramos salpican a los que queremos, o a veces ni eso, puede que no les queramos, pero mi conflicto puede estar repercutiéndote, y si ya me siento suficientemente raro por lo que estoy padeciendo, voy a sentirme peor si encima “mi rareza” tiene un efecto directo en tu persona. Al menos así lo percibo yo, y puede ser que tú, que no tienes “éste mal” no lo veas ni sientas así, pero en este mundo interior que has creado, donde has convertido tu circunstancia en el núcleo de tu vida, ésta es tu mayor catástrofe, y es posible que arrase con todo lo que te encuentras en el camino.

Así todos los días, o así lo he vivido y he visto como otras personas con mis mismas circunstancias lo han hecho, y sí, quiero recalcar MIS CIRCUNSTANCIAS, porque yo no soy ansiedad, tampoco soy agorafobia, ni claustrofobia. Detesto etiquetarme como si me hubiese convertido en mi trastorno, también soy alegre y otras muchas más cosas positivas que prefiero adelantar, tengo un nombre y apellidos también y por supuesto, COMO TODOS, unas circunstancias que me acompañan. Pero es común que la ansiedad te lleve a creerte que no eres más que ella, al fin y al cabo parece que la vida gira a su alrededor, y la has puesto en primer lugar, como si tu yo más profundo hubiera dejado de existir, porque ahora estás condicionado por esa palabra que me persigue todos los días: el miedo.

¿Te has planteado alguna vez como interaccionan culpa y ansiedad?

Imagina un día normal, donde de repente tienes ganas de hacer cosas, de sentir el aire fresco en la cara, de ver a esa gente que te hace sentir bien… Aparece un plan, y la verdad que no tienes claro si te apetece, o bueno, quizás si lo tengas claro, pero tienes miedo, entonces empiezas a imaginar cómo será ese momento, posiblemente aparezcan por tu mente un millón de pensamientos catastrofistas a la vez : “Me va a dar un ataque de ansiedad, voy a molestar a los que estén conmigo, alguien va a tener que llevarme a casa y claro… no es plan! Mejor me quedo en casa

Y en el mejor de los casos decides salir, hoy te encuentras fuerte, tienes actitud y el plan tiene una pinta inmejorable. Y ahí apareces, imaginándote 10 veces por minuto, como vas a solucionar ese momento en el que te sientas invadida por el pánico. Y entonces ahí está, de repente aparece, o bueno, hablemos con claridad, de repente has creado pánico, dejemos de hablar como si de un acontecimiento mágico se tratase, como cuando aparece un estornudo incontrolable, me he creado un ataque de ansiedad, está bien, no hay problema, estoy aprendiendo o pretendo aprender a dejar de provocármelos. Sigamos imaginando, tu amigo, pareja, familiar de más confianza, al que has decidido contarle todo esto que te está ocurriendo, percibe que no te encuentras bien y decide que te llevará a casa. Y ahí estás en casa, con 40 grados corporales de culpabilidad, y otros cuantos adjetivos negativos que podríamos añadir.

Nadie tiene que decirnos nada, es posible que ni unas palabras acertadas de consuelo resulten útiles, ahí estamos nosotros culpabilizándonos, sintiéndonos inútiles, tontos y porque no, a veces un poco locos, sintiéndote verdaderamente miserable.

Aún recuerdo cuando era pequeña y aprendía junto a mi madre a leer o a escribir, tardé mucho tiempo en conseguir que una frase estuviera bien escrita, o en conseguir pronunciar o leer con soltura, pero claro, era normal, estaba aprendiendo algo que nunca antes había hecho, y además era pequeña. ¿Te imaginas construyendo tu primer puzzle de 5000 piezas con tan solo 7 años, mientras te martirizas repitiéndote: “No podré hacerlo jamás, no valgo para nada, quiero dejar el colegio porque me he dado cuenta de que soy una verdadera inútil” ¿Raro verdad?

Ya no eres un niño, eso es cierto, pero aquí estás enfrentándote a mil circunstancias nuevas, desconocidas, las cosas se complican, montando las piezas de una vida que a veces, ante ciertas circunstancias puede parecernos que carecen de sentido. Déjame recordarte que sigues aprendiendo, que un día te pusieron en el colegio una ecuación que nunca imaginaste poder llegar a hacerla y la hiciste, y hoy resuelves tus nuevas circunstancias, que cada vez que sales a un sitio con miedo vas a aprender, perdona, no hace falta que sea con miedo. Cada vez que te enfrentas a algo nuevo, sales a aprender.

Y ese día que saliste a tomar algo con tu gente y tuviste que irte, saliste a aprender también, de haber podido hacerlo mejor, de haberte podido sentir a gusto, lo hubieses hecho, pero es posible que aun no sepas gestionarlo bien, no hay problema, hay que seguir aprendiendo, entrenando, hasta que esta ecuación salga, salga fluida y otorgue en ti una sensación de satisfacción, pero no te impacientes, no estás fallando, ni a ti ni a nadie, te repito que solo estás aprendiendo.

La ansiedad apareció sin guía de instrucciones, probablemente hayas querido hacerte una propia unas cuentas veces, pero parece que no resulta tan sencillo.

La actitud es cambio, equivócate, sigue equivocándote un millón de veces más, ponte las cosas más fáciles y sobretodo aprende, no he conocido a nadie que con actitud y ganas de aprender no mejore la construcción de cualquier puzzle u ecuación, no creo que esta vez vaya a ser diferente…

 

¡NUESTRO NUEVO LIBRO YA A LA VENTA!